Mi abuela materna ha cumplido 85 años en agosto y no pude celebrarlo con ella porque aquel día lo pasé en Helsinki, antes de volver de Rusia a España. Pero al menos volví a tener la posibilidad de verla, de estar con ella en su casa y de enseñarle una vez más a su bisnieta.
- No os demoréis demasiado -dijo mi madre ayudándome a enganchar a la niña en su sillita del coche aquel día que fuimos a ver a mi abuela-. Con una hora o dos basta, porque si no se va a cansar.
Y recordando sus palabras por el camino pensé en lo rápido que pasan nuestras vidas. Hace tan solo unos cuatro o cinco años iba a la casa de mi abuela para pasar con ella las horas de la tarde charlando. Eran unas conversaciones que parecían no agotarse nunca, y tampoco nosotras nos cansábamos. Mi abuela, jubilada hacía tan solo diez años después de haber trabajado más de cincuenta como profesora de lengua y literatura en los colegios, me hablaba de las clases particulares que daba a los escolares que necesitaban apoyo, y yo le hablaba de las mías. Durante aquellas tardes, tan escasas como mis viajes a Petersburgo, compartíamos nuestras experiencias en la enseñanza, porque ya éramos colegas y no solamente abuela y nieta.
Nuestras vidas pasan tan rápido que me parece tener aún muy cerca los primeros años de mi vida en España durante los cuales solía pasar meses enteros en San Petersburgo. En aquellos años, cuando visitaba a mi abuela, no iba directamente a su casa, sino que me acercaba a su colegio. El vigilante me acompañaba hasta el aula en el que daba clase y llamaba a la puerta antes de abrirla. Y entonces veía a mi abuela al lado de la pizarra, vestida con discreción, pero con elegancia, y seguía siendo mi abuela, pero al mismo tiempo era una profesora seria y responsable, con un medio siglo de vida laboral a sus espaldas…
Me alejo más y más de la vida de ahora y pienso en como íbamos mi hermana y yo a pasar unas semanas en la casa de los abuelos en verano, cuando éramos niñas. Al llegar las vacaciones, mis padres se ponían a hacer reformas en el piso, cosa muy típica, y para que no molestáramos, nos enviaban a vivir con los abuelos durante una temporada. Ocupábamos la habitación de mi tía si no estaba, y a veces dormíamos con los abuelos: mi hermana creo que dormía con ellos y yo ocupaba un sofá cama al lado. Siempre me va a gustar dormir bajo el ruido incesante de los automóviles detrás de la ventana, y es por aquellas noches que pasé en la casa de mi abuela.
Los blinis con mermelada de pétalos de rosa por la mañana, dibujos animados durante media hora después, un paseo por el barrio, unos juegos en el parque infantil en frente de la casa, unas compras en el “Universam” más próximo, unos helados a la vuelta… y la sorpresa que nos llevábamos mi hermana y yo cuando veíamos que a nuestra abuela la saludaba todo el mundo. Los alumnos, los ex alumnos, los padres de los unos y de los otros, los ex alumnos convertidos en padres, los colegas. Y al volver a casa la abuela nos hacía la comida, bien fuerte, y lo que la seguía era el aburrimiento de la tarde.
El abuelo volvía del trabajo y juntos mirábamos la programación de la tele subrayando lo que nos podía gustar, luego jugábamos a los naipes en la alfombra. Mi hermana siempre ganaba y el abuelo decía que el que tiene suerte con las cartas, no la tendrá en el amor. También por las tardes leíamos a Jack London, los relatos de Mijaíl Zóschenko y algún que otro libro infantil o juvenil que antes le pertenecía a mi madre o a mi tía.
El piso de mis abuelos.
Mi abuelo fue militar y en los años 1950-70 la familia cambió de domicilio más de cinco veces hasta que se instaló definitivamente en un barrio entonces nuevo de Leningrado, en un “edificio-barco” recién construido. Allí él siguió con su carrera y mi abuela obtuvo un puesto de profesora de lengua y literatura en un colegio que estaba al lado de casa. Los dos salarios les permitieron amueblar el piso a la última moda, los recuerdos que habían traído de sus lugares de alojamiento anteriores lo adornaron.
Durante los primeros años vivieron allí los cuatro, con sus dos hijas. La mayor, mi madre, ya estaba dando sus primeras clases de música y de solfeo, y la menor, mi tía, aún adolescente, fue admitida en el mismo colegio en el que trabajaba su madre. Luego mi madre se casó y se marchó de casa y al pasar unos años ya empezamos mi hermana y yo a visitar a los abuelos allí, y bastante a menudo.
Poco cambió la casa de mi abuela durante todos esos años que son muchos.
Un piso en un “edificio-barco” de los 70.
En una ocasión ya había hablado de este tipo de edificios en un artículo (el párrafo titulado "Дома-корабли") : viewtopic.php?f=19&t=189
La gente los llama “barcos” porque tienen cierto parecido con los gigantescos navíos de crucero gracias a la forma de sus ventanas, quizá. Los pisos no son muy espaciosos, aunque en los 70 se consideraban tales, pero están muy bien planificados, tienen dos dormitorios, un salón, una diminuta cocina, una despensa y una terraza.
Alfombras en las paredes.
Es un rasgo muy típico de las casas de la gente rusa de las generaciones soviéticas y ahora es algo que se encuentra cada vez menos. En la casa de mi abuela hay dos o tres alfombras, como en los viejos tiempos. ¿Por qué se hacía entonces?
- porque así la habitación parecía más cálida, más acogedora, la pared, sobre todo si a ella se arrimaba una cama, parecía más agradable al tacto y no tan fría.
- porque en algunos edificios las paredes eran tan finas que sin una alfombra gruesa en la pared se podía oír todo lo que pasaba en el piso de los vecinos.
- porque una alfombra bonita y cara, conseguida después de haber aguantado alguien una enorme cola, era un objeto del que se podía presumir, con eso bastaba con ponerla en la pared del salón.
- una alfombra grande tapaba una superficie significativa de la pared ayudando a proteger su empapelado y hacer que éste sirviera más tiempo.
Vajilla de vidrio.
El cristal de plomo en comparación con el vidrio normal permite elaborar vajilla de diseños complicados, y en los años 60-70 todas aquellas ensaladeras, copas, platos y garrafas estuvieron muy de moda. Era uno de los regalos más deseados en cualquier ocasión, incluyendo aniversarios y bodas, y en todos los pisos había sitio en el que los dueños exponían su colección de vajilla de dicho cristal. Ni que decir tiene que esa vajilla sólo se utilizaba en las comidas de fiesta y que se cuidaba mucho.
Figuritas de porcelana alemanas.
Como mis abuelos vivieron unos años en Alemania, al volver a la URSS trajeron esos curiosos objetos que quizá no valgan nada ni sean arte, pero a mí me encantaban desde pequeña. Unas bailarinas tan finas, tan delicadas, tan bellas, que no se podían ni tocar. ¿Cómo las habrán conservado? ¿Cómo es que aguantaron el viaje?
La literatura rusa.
- ¿Tienes algo interesante para leer? –suelo preguntar a mi abuela cada vez que paso por su casa.
Y como siempre me dirijo a las estanterías de la foto, ella no tarda en decirme:
- Allí no encontrarás nada, son libros de lectura obligatoria.
¡Pero qué espléndida colección! Pushkin, Dostoievski, Gorki, Zhukovski, Chéjov, Lérmontov, Schiedrín…
No sólo son textos clásicos, sino que todas las páginas, ¡todas!, tienen notas que durante toda su vida fue haciendo y añadiendo mi abuela mientras estuvo preparando sus clases. Y si la mayoría de las obras ya me son muy conocidas, los comentarios de mi abuela aún me quedan por leer.
El águila.
La última vez que visité la casa de mi abuela, enseguida me fijé en que el águila ya no estaba.
- ¿Y el águila? –la pregunté.
- Anda, pues es verdad, no está.
Se marchó volando…
Ya no recordaba mi abuela ni cómo había aparecido el águila aquel en su casa, ni quién lo había traído, ni tampoco me supo decir cómo se deshicieron de él. Y es una pena, porque en cierto sentido era un símbolo de mis estancias infantiles en la casa de la abuela y sencillamente formaba parte de su piso. ¿Dónde iría a parar?
No sé cómo terminar este texto. Estos días estoy seriamente preocupada por la salud de mi abuela y quizá por eso haya decidido escribirlo. Terminaré poniendo algunas fotos de ella.
La_profe.