Memorias del un alemán prisionero en la URSS.

Memorias del un alemán prisionero en la URSS.

Notapor La_profe » 29 May 2014, 18:46

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El coronel Hans von Luck (1911-1997) era alemán y durante la Segunda Guerra Mundial participó en la invasión de los nazis a distintos países incluida la Unión Soviética en la que al final cayó prisionero. En el libro habla de muchos hechos históricos desde el punto de vista de un guerrero, y me gustaría citar la mitad o más de sus páginas, pero por supuesto que sólo citaré algunos párrafos.

La juventud.

“Fue en Dresde donde descubrí mi amor a la música después de escuchar por primera vez a los cosacos del Don, que por entonces eran emigrantes huidos de Rusia en 1917. Otro acierto fue que yo escogiera aprender ruso como materia optativa en la escuela de infantería. Mi profesor, un emigrante del Báltico, me introdujo en la colonia de rusos de la ciudad. Los emigrantes tenían una vida lamentable, pero les ayudaba en parte mantener la cultura de su país”.

“Mi experiencia más impactante la tuve durante la Pascua rusa que pasé junto a la familia Von Satin. El conocido compositor y pianista Rachmaninov era el marido de la hermana de Von Satin. Se desplazaba a menudo desde Paris o Suiza para visitar a sus familiares. En la mencionada Pascua, Rachmaninov estaba también invitado. Comimos y bebimos té de samovar con cerezas y de repente Rachmaninov se sentó al piano y gritó:
- ¡Vamos, jóvenes, bailemos en honor de nuestra Pascua rusa!
¿Quién ha tenido nunca el honor de bailar acompañado por Rachmaninov?"

"Gracias a mi profesor báltico empecé a leer las obras de Dostoievski, Pushkin y Tolstói quedándome prendado de la belleza y musicalidad de la lengua rusa, que configuran su armonía".

La Segunda Guerra Mundial.

1941-1942


“Tuvimos unos pocos días de asueto de los que yo me tomé uno para viajar a un almacén que provisionalmente se construiría al lado de Smolensk. Allí se encontraban miles de prisioneros rusos hacinados en un espacio muy estrecho, sin poder protegerse del cálido sol o de las grandes tormentas que lo inundaban todo.
“Voda”, agua, me pedían muchos de ellos. Parecían sufrir bastante sed.
Al contrario de un extranjero que se mezcla entre ellos, nosotros conocimos a los rusos desde el otro lado. Son como unos niños que arrancan las alas a una mosca y un momento después lloran ante un pájaro muerto. Comparten en un minuto su última ración de pan seco, para finalmente golpear a la misma gente en la cabeza”.

“Delante de nosotros había un pequeño pueblo al que nos acercábamos lentamente. Sus habitantes salieron de sus chozas. Parecían confundirnos con rusos. Cuando les expliqué quiénes éramos, se me acercó una pequeña anciana para preguntar: “¿Estamos en guerra? ¿Y qué hace nuestro padre el zar?”
Por lo que parece, la Revolución rusa, Stalin y nuestra guerra contra Rusia todavía no habían llegado a esta gente. Parecía que el tiempo se había parado allí. En ese lugar no había ningún funcionario del partido. Nos quedamos en este pueblo unas horas e intentamos explicarles lo que había pasado en el mundo desde que Rusia dejó de tener un zar. Cuando nos íbamos, los habitantes del lugar me regalaron un icono mientras me decían: “Gracias por entendernos. Déjenos vivir como hasta ahora. Que Dios les proteja”.

Prisionero en Rusia.

1945-1950


“Pasábamos hambre continuamente y sin remedio, incluso el suministro que recibían los vigilantes y controladores del trabajo era insuficiente. Sus estereotipados davai, davai se convirtieron en nuestra música de cada día. Nosotros, los supervivientes, conseguimos crearnos un ritmo rutinario y empezamos a entender la mentalidad soviética. Para nuestro asombro se nos llegó a pedir encarecidamente: “Por favor, trabajen, si no nosotros tendremos dificultades””.

“Por lo que respecta a nuestro campo de prisioneros, había una novedad: por orden de Moscú teníamos que hacer algo más por la “cultura”. Así que organizamos una biblioteca en la que lógicamente sólo había literatura rusa y periódicos".

La liberación.

“En un frío día de invierno del año 1949, a las dos de la madrugada, en un campo de prisioneros de guerra cerca de Kiev, se abre la puerta de un barracón. Un vigilante ruso grita:
- Ganz von Luck. Davai (venga) a la oficina.
Tengo que volver a sonreír: los rusos no pueden pronunciar la hache. ¡Cómo nos divertíamos hace algunos años cuando alguien llamaba a un tal Goggenloge y nadie se giraba! Se referían al príncipe Hohenlohe.
Estaba de pie, me acababa de tomar una bebida soporífera. A los rusos les gustaba interrogar por la noche, era más fácil conseguir información de un preso cansado.
Con los nervios a flor de piel, me obligué a tranquilizarme. Dominaba bien el ruso, pude mejorar mis conocimientos del idioma en este presidio, a menudo actué como intérprete y he aquí la base sobre la que ideé mi plan. Mi intérprete me esperaba junto al comandante. Le susurré:
- No hablo ni tengo idea de ruso, ¿entiendes?
Ella me sonrió y asintió, aceptando mi farsa.
Empieza el interrogatorio. (...)
- ¿Qué hacemos con el polkovnik (coronel)? No es miembro de la SS ni de la policía y en la época de los partisanos estaba en África. Pero odio dejar que uno de esos vons salga impune.
(…)
Tras una pausa corta e imprevista dije en el sentido literal:
- Polkovnik eres, como yo coronel (utilizo de forma consciente la misma forma de hablar familiar), has cumplido con tus obligaciones en la guerra. Los dos creímos tener el deber de defender nuestros países. Nosotros, los alemanes, fuimos quizá guiados erróneamente por una propaganda intensa y excluyente. Ambos hemos realizado un juramento. (...)
- Hablas ruso, ¿dónde los has aprendido?
- Desde mi juventud me ha interesado la lengua, la música y los escritores rusos. Empecé a aprender su lengua con inmigrantes mucho antes de que empezara esta guerra desafortunada. A los nueve meses de mi entrada en Rusia, pero sobre todo durante los últimos cuatro meses y medio, he podido mejorar mi nivel. Admito que dejar que la intérprete me tradujera ha sido una táctica.
- ¿Qué opinas de Rusia y de su pueblo?
- En estos años de presidio he visto y aprendido muchas cosas. Me gusta la grandeza de vuestra tierra, vuestra gente, vuestro altruismo y el amor a vuestra patria. Creo haber asimilado algo de la mentalidad y del alma rusa, pero no soy ningún comunista y no lo voy a ser nunca. Estoy desengañado con lo que queda de las ideas de Marx y la revolución de Lenin, y deseo que nuestros pueblos aprendan a entenderse a pesar de alguna que otra divbergencia y de la diferencia ideológica. Ésta es mi respuesta a tu pregunta, polkovnik.
(...)
El coronel dijo un confiado davai.

Más tarde marchamos a la estación donde esperaba un tren listo para partir. Todavía no creíamos estar libres. (...) Todos sabíamos que la llegada a nuestro país sería como un renacer”.
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