El artículo "No soy europeo", publicado por Evgueny Grishkovets del que ya he hablado en más de una ocasión en este foro, lo leí en su blog http://www.odnovremenno.com. Si queréis leerlo entero en ruso, podéis abrir la entrada del blog del día 6 de mayo. Una gran parte del artículo lo he traducido al español para que todos los que estáis preocupados por la situación que viven hoy Rusia y Ucrania, podáis conocer la opinión de este conocido escritor y dramaturgo ruso.
No soy europeo.
Por muy ingenuo que esto suene, precisamente los últimos días he comprendido con toda la claridad que no soy europeo. Por supuesto que había que comprenderlo mucho antes, pero yo, ingenuo, no lo comprendía con toda la claridad. Y ahora lo he comprendido. ¡Me he dado cuenta!
Desde joven trataba de parecer europeo en mi manera de vestir, a pesar de que por aquel entonces no había visitado Europa ni una sola vez. Me gustaba todo lo europeo, aunque a menudo no diferenciaba lo europeo de lo estadounidense.
Me gustaba ver que en Moscú me tomaban por un extranjero porque tenía una ropa, un peinado y una manera de ser poco habituales (europeos). Estaba convencido de que la cultura, la arquitectura y la humanidad europeas eran para mí cercanas y naturales. No encontraba en mí mismo nada relacionado con el Oriente y Asia. Sólo veía en mí orígenes y principios europeos, aunque con un eco de un pasado soviético.
Convencido de mi europeidad, me trasladé a vivir a Kaliningrado que prácticamente está situado en el corazón de Europa. Aprendí a no ensuciar las calles, ser amable, cruzar la calle con semáforo en verde, sonreír a los desconocidos, no tener intención de engañar a nadie, respetar la ley, abrocharme el cinturón de seguridad… Pero precisamente ahora, estos días, he comprendido que no soy ningún europeo a pesar de todas las características aparentes. Descubrí en mí muchas cosas que no esperaba descubrir. Y entonces tuve que admitirlo: ¡no soy europeo!
Lo comprendí tan nítidamente al ver que los ucranianos tampoco eran europeos. ¡Somos inseparables! Estos últimos días me he dado perfecta cuenta de que somos inseparables precisamente en nuestra no europeidad. Somos inseparables porque ellos son ucranianos, y nosotros, rusos.
No soy europeo. Porque, ¿qué europeo sería capaz de vivir cinco meses seguidos pendiente a todas horas de las noticias de múltiples fuentes y hacer que sus planes dependan únicamente de esas noticias provenientes de otro país? ¿Qué europeo podría pasar esa cantidad de tiempo en las infinitas y pesadas discusiones por teléfono y a la mesa con los amigos, conocidos, poco conocidos y completamente desconocidos? ¡Con todos! ¿Qué europeo estaría gastando sus neuronas y quedando mal con la mitad de sus amigos y colegas por motivo de los acontecimientos de un país ajeno? No puedo imaginarme a un europeo que viva día tras día durante medio año haciendo pronósticos, intentando adivinar lo que vaya a pasar… Sólo nosotros, nosotros no europeos y yo, no europeo, somos capaces de esto.
Pero en este caso, ¿qué europeos ni que diablos son los ucranianos? ¿Qué europeo puede vivir casi medio año sin apenas acordarse del trabajo, de la profesión, de los estudios, del sentido comun, luchando primero con uno, después con otro, después con uno más? ¿Qué europeo después de haber perdido sus fuerzas vitales, sus esperanzas, después de haber rechazado su forma de vivir, después de haber visto asesinados a sus colegas o incluso amigos, volverá a cometer el mismo error de obrar inspirado en sus nobles ideas y movido por la sed de honradez y libertad para al final perderlo todo o volverse rabioso y asqueado, o quedarse boquiabierto sin poder entender por qué pasó lo que pasó si lo que él quería era otra cosa.
No somos europeos…
Somos iguales. A pesar de todas las diferencias…
Los que viven en las orillas del Volga, del Irtish y del Amur no pueden comprender y aceptar que a las orillas del Dniéper viva gente de otra nacionalidad.
No lo pueden comprender porque Rusia, a pesar de tener una enorme cantidad de nacionalidades, es bastante homogenea en cuanto a sus ideas. Y la gente de Krasnodár, Kazán, Ulan-Udé y Vladivostok tiene los puntos de vista bastante parecidos tratándose del sistema global. Además, una tercera parte de los ciudadanos de Rusia tienen apellidos ucranianos. Y sin haber estado en Ucrania ni una sola vez consideran hermanos a los ucranianos, pero unos hermanos difíciles, equivocados, ofendidos, enfadados y, digamos, no tan correctos. Pero hermanos…
Mientras a las orillas del Dniéper la gente grita: “¡No somos vuestros hermanos, y vosotros no sois hermanos nuestros! ¡Buscaos hermanos en otra parte! Dejadnos en paz y dejadnos vivir como nosotros queremos. Fuera de aquí…”.
Y desde las orillas del Obi y del Lena se oye la respuesta: “¡Razonad! ¡No necesitáis Europa! Mirad qué mal están los búlgaros, los rumanos, mirad qué mal van a estar dentro de poco los moldavos! ¡Venid con nosotros! ¡Nadie más os necesita! ¡Nadie necesita vuestro tocino, vuestros caramelos y pipas! ¡Somos hermanos! ¡Os protegeremos! ¡Os propondremos gas y gasolina, y todo barato como a unos hermanos! ¡Quedaos con nosotros! ¡Razonad!”
Pero en realidad, si somos sinceros, si queremos saber la verdad, lo que pasa es que tenemos miedo nosotros, los rusos no europeos, de que Ucrania se convierta en una parte de Europa, se integre y, quién sabe, tal vez viva bien, con todos los privilegios y placeres europeos. Es lo que menos queremos. Porque, si somos aún más sinceros, nosotros mismos queremos ser parte de Europa para que no haya visados ni fronteras, para llegar a vivir como en Europa, y sin mayores esfuerzos. Y que sea mejor que en Ucrania.
Y ellos, los ucranianos no europeos, gritan: “¡No necesitamos nada de vosotros! ¡Tenemos nuestro orgullo! Aunque pasemos hambre, aunque estemos descalzos, seremos libres e independientes! Siempre hemos sido europeos, sólo que no nos dejábais ir, no nos dejábais volar con nuestras alas, nos ahogábais nuestra voz y nos quitábais todo lo mejor. ¡Dejadnos en paz! ¡Y vivid con vuestro petróleo, con vuestro gas y todo lo demás! No necesitamos nada vuestro”. …
Esto para ser sinceros.
…. En nuestras relaciones nos hemos sumergido en la falcedad, mentiras y falta de confianza, en el odio y el desprecio, pero no podemos vivir los unos sin los otros.
¡No somos europeos! Salvo nosotros mismos, ¡nadie nos necesita! Ni nos necesitan, ni tienen interés por nosotros, ni nos comprenden.
… Somos inseparables... Nos guste o no, pero sólo somos diferentes los unos para los otros. Para un europeo, y aún más para un estadounidense, somos iguales. Y que me perdonen los ucranianos, para ellos todos somos rusos. Ellos no sabrán distinguir al oído un idioma ucraniano clásico y correcto de un dialecto ucraniano, o un idioma ruso impecable del dialecto de los Urales. Gracias a los acontecimientos actuales los más curiosos se habrán aprendido los nombres de las ciudades ucranianas y se podrán imaginar más o menos por dónde pasan las fronteras entre Ucrania y Rusia. Y también habrán podido investigar dónde se situa el independiente país de Ucrania. Pero en realidad… En realidad sólo nosotros, los unos y los otros, nos conocemos de verdad…
¿Cómo podremos vivir sin Ucrania? ¿Sin un claro ejemplo de que todo puede ser bastante peor que lo nuestro? Sin un ejemplo no muy lejano, no africano ni árabe, sino nuestro, entendible e inseparable. ¡Somos inseparables! Y por eso nos espera una larga y desgraciada vida juntos.
… Alguien en Lvov gritará desde el pie de monte de los Montes Cárpatos: “¡No! ¡Hemos podido y podemos vivir sin vosotros! Tenemos fuertes raíces europeas. Vosotros las intentásteis cortar, pero siguen creciendo. ¡Así que no empecéis! Podemos prescindir de vosotros igual que durante los últimos siglos…”
Y alguien le contestara desde los Urales: “¡Tampoco nosotros os necesitamos! ¡Podemos solos con todo!”
Pero es cuando habría que preguntar a la gente de Lvov como Victiuk, Bashmet, Yarmólnik, Fridman, Yavlinski, Gosha Kutsenko, Merezhko, Ganapolski, ¿es que pueden estar sin nosotros?
¿Y nosotros podemos estar sin ellos?
No podemos estar sin Gógol porque no somos europeos. Ningún europeo entenderá a Gógol igual que nosotros. Y los ucranianos, locos de furia, gritan que no quieren a Gógol porque escribía en ruso.
Dicen eso porque no son europeos, porque éstos de haber tenido a Gógol en Bélgica, Dinamarca o Finlandia, cuidarían cada su coma y cada su paso por esta tierra, suya o ajena.
…
No somos europeos. Yo no soy europeo. Pero me parecía que… Me parecía que íbamos en una dirección correcta, que nosotros, al menos algunos, habíamos adquirido el bonito estilo europeo, las maneras, las costumbres, los deseos y algunos hasta los inmuebles.
En el año 2004, hace diez años, después de la victoria de la Revolución naranja, le escribí contento a un compañero mío en Kiev: “Amigo, creo que somos una generación que a pesar de haber nacido en el siglo XX y en la URSS… será la primera en tener una vejez tranquila y cómoda en nuestros países”.
¡Qué palabras tan ingenuas!
…
¿Qué quiero decir con todo esto?
Simplemente que tenemos que aceptar la imposibilidad de separarnos que es tan inexplicable y a la vez tan evidente. Darnos cuenta de que los tormentos, las desgracias y las preocupaciones van a quedarse con nosotros por mucho tiempo. Y que lo pasaremos mal juntos. …
… ¿Y qué se puede hacer con todo esto? ¿Qué salida existe? Hay una salida: hay que sentarse a hablar. Hay que hablar, hablar y hablar. ¡Hablarlo todo! Y luego ponerse de acuerdo sobre cómo vamos a seguir viviendo. Y que el acuerdo no deje a nadie ofendido y que se respete… … Pero no sabremos ponernos de acuerdo. Porque no somos europeos.
Evgueny Grishkovets tal vez no sea europeo, y yo lo que no soy es una gran traductora, pero si habéis podido leer y entender este texto, entonces he conseguido mi objetivo.
Un saludo.
La_profe.