"Contra toda esperanza" de Nadiezhda Mandelshtam
Publicado: 17 Sep 2016, 21:01
"Contra toda esperanza" de Nadiezhda Mandelshtam
“Contra toda esperanza”, o "Memorias" de Nadiezhda Mandelshtam es un libro publicado por Acantilado en traducción de Lydia Kúper en noviembre de 2012. Enseguida lo vi en el escaparate de mi librería favorita, pero lo que me atrajo no fue su título, sino por la imagen de la cubierta.
“Bábushka”, pensé.
Y es que la foto de la esposa del poeta ruso Ósip Mandelshtam, la autora de este libro, ya de mayor, me recordó a mi abuela paterna. También era muy delgada, llevaba el pelo recogido y muchas veces la vi así mismo, pensativa, fumando un cigarrillo… Me acerqué ya sabiendo que se trataba de algún “libro ruso” y después de leer el título entré en la librería y me lo compré.
La trilogía.
“Memorias” (“Воспоминания”) es el primer volumen de la trilogía escrita por Nadiezhda Mandelstam. Le siguen “El segundo libro” (“Вторая книга”) y “El tercer libro” (“Третья книга”). Los últimos dos no están aún editados en español y no sé si los habrá algún día. ¿Quién leerá este tipo de libros en España? ¿Quién conocerá los nombres que salen en él, el ambiente en la URSS de los años treinta?
“Nadie confiaba en nadie y en cada conocido veíamos a un soplón. Parecía, a veces, que todo el país estaba enfermo de manía persecutoria. Y hasta la fecha no nos hemos curado de esa enfermedad.
Por otra parte, teníamos todas las razones para sufrir de rayos X. La vigilancia recíproca era el principio básico que nos regía”.
“Tal era la vida cotidiana, la existencia que llevábamos, embellecida por la confesión nocturna del vecino que nos contaba cómo fue llamado “allí”, cómo lo amenazaron y qué le ofrecieron, o bien sus consejos a los amigos respecto a personas de quienes debían desconfiar. Todo esto ocurría en vasta escala, afectaba a personas que no eran objeto de vigilancia individual. Cada familia pasaba revista a sus conocidos, buscando entre ellos a los provocadores, soplones y traidores. Después de 1937, la gente dejó de visitarse”.
“Al conocer alguna nueva detención, jamás preguntábamos: “¿Por qué le han detenido?”. Pero como nosotros había pocos. La gente, loca de miedo, se hacía esa pregunta con el único fin de autoconsolarse: si son detenidos por algo, a mí no me llevarán, no hay ningún motivo. Se las ingeniaban para inventar causas y justificaciones de cada detención: “Es cierto, se dedicaba al contrabando”, “¡Se permitía cada cosa!”, “Yo mismo le he oído decir…”. Y también: “Era de esperar, tiene un carácter terrible”, “Siempre tuve la impresión de que no era trigo limpio”, “Es una persona totalmente ajena a nosotros”…”
Escritas en los años 1960, “Memorias” en las que Nadiezhda Mandelshtam recuerda los últimos años del poeta al que le acompañó al exilio, iban a ser en principio un libro único, pero su éxito fue tal que la autora decidió seguir escribiendo. En el segundo libro cuenta sobre el feliz comienzo de la vida matrimonial, sobre sus amigos y conocidos y sobre su vida ya de viuda. Y en el tercer libro recuerda a sus padres y su infancia.
Los tres tomos juntos dicen de Ósip Mandelshtam más que todas las biografías que se han escrito sobre él, sobre su vida y su obra.
Biografía.
Ósip Mandelshtam, un poeta simbolista ruso, nació en 1891, en Varsovia, en una familia burguesa de origen judío. Su infancia y su adolescencia transcurrieron en Petersburgo. A partir de los años 1910 se empezó a publicar junto con los poetas acmeístas, tuvo amistad con Anna Ajmátova y Nikolái Gumiliev y otros poetas, literarios, filósofos y artistas de la época.
En los años 1920 deja Petersburgo frío y desolado para viajar por el sur del país (Ucrania, Crimea, Cáucaso) y en 1922 vuelve a Moscú ya casado con Nadiezhda Jázina (Nadiezhda Mandelshtam). Viven en una pobreza total, ganándose la vida con traducciones.
“¡Y pensar que también nosotros podíamos haber tenido una vida corriente de corazones destrozados, escándalos y divorcios” Hay dementes en el mundo que no saben que ésa es, justamente, la vida a la cual se debe tender con todas las fuerzas. ¡Qué no daría yo por un drama semejante!”
“…muchas veces, en diversos períodos insoportables de nuestra existencia, le proponía a Mandelshtam el suicidarnos juntos. Mis palabras suscitaban siempre un brusco rechazo por su parte. Su argumento principal era el siguiente: “¡Qué sabes tú de lo que aún puede ocurrir! La vida es un don al que nadie tiene derecho a renunciar”. Y, finalmente, su último argumento y el más convincente para mí: “¿Por qué se te ha metido en la cabeza que debes ser feliz?””
En 1933 escribe un poema sobre Stalin que enseguida se considera antisoviético. El poeta es perseguido, luego detenido y enviado a la cárcel. Al poco tiempo es trasladado al campo de concentración y después al exilio al que le acompaña su esposa. En 1938 es detenido de nuevo y al poco tiempo muere en un estado próximo a la demencia por el camino a un campo de tránsito.
Sobre el libro.
En su primer libro Nadiezhda Mandelshtam recuerda aquellos años, habla de los hechos, de la conducta que debía tomar aquel que tenía un familiar encarcelado, de lo que se sentía al ser detenido…
“En Sverdlovsk estuvimos esperando muchas horas, desde la mañana hasta muy avanzada la tarde, sentados en un banco de madera de la estación, al lado de dos centinelas armados. Al menor movimiento nuestro –ni siquiera podíamos incorporarnos para desentumecer las piernas, no se nos permitía movernos o cambiar de postura- los soldados se ponían en guardia instantáneamente y echaban mano a la pistola. No sé por qué nos hicieron sentar frente a la sala; veíamos, incluso sin querer, el torrente humano que entraba y salía. Su primera mirada se dirigía a nosotros, pero en el acto todos apartaban la vista. Ni siquiera los chiquillos se dignaban prestarnos atención. … La indiferencia de la gente dolía y atormentaba a Mandelshtam: “Antes daban limosna a los presos y ahora ni siquiera los miran””.
Y también de la enfermedad de Mandelshtam, de sus alucinaciones…
“Mandelshtam oía groseras voces masculinas que lo amenazaban, que analizaban su crimen y enumeraban toda suerte de castigos, que empleaban el léxico que usaba nuestra prensa durante las campañas denunciadoras de Stalin; oía terribles insultos; se le reprochaba haber sido la causa de la perdición de tanta gente por haberles leído su poema. Las voces enumeraban los nombres de esas personas como reos de un próximo proceso y clamaban a la conciencia del que fue culpable de su perdición. Por extraño que parezca, la palabra “conciencia” había dejado de usarse por completo, no se empleaba ni en periódicos ni revistas, ni en la escuela, porque su función era cumplida por el “instinto de clase” al principio y luego por “el bien del Estado”. esa palabra, sin embargo, se había conservado y funcionaba “dentro”. A los reclusos se les amenazaba constantemente con los “remordimientos de conciencia”.
“Mandelshtam era, sin duda, hombre de extremada sensibilidad y muy excitable, más sujeto que otro a traumatismos. Sus reacciones ante los estímulos exteriores siempre eran muy intensas. Pero ¿hacía falta acaso tener esa sensibilidad tan extrema para ser quebrantado por una vida semejante?
Se supone que los enfermos deben ser curados y, por consiguiente, exigí un examen médico. Pero la doctora, que era al mismo tiempo la directora del hospital, se negó en redondo. … Yo insistía, ella evitaba hablar conmigo, me respondía de mala manera, hasta que un día, ya cansada, me dijo: “¿Qué quiere que yo le haga? Todos llegan de “allí” en el mismo estado”.
En las páginas del libro aparecen escritores y poetas rusos de aquella época con las que los Mandelshtam habían cruzado durante aquellos años tan duros: Bely, Pasternak, Erenburg, Brodsky. El papel más importante lo tuvo Anna Ajmátova con la que el matrimonio tenía una verdadera amistad. En cambio recuerda con antipatía a Fadiéev, a Gorki, a Surkov y a otros representantes de la literatura soviética que también participaron en el destino de su esposo.
Una gran parte del libro está dedicada a la poesía de Mandelshtam, sobre todo a aquellos ciclos de poemas que fueron escritos durante los años vividos en Vorónezh. Aquellos poemas se citan en el texto, pero no sé si están traducidos al español, si son disponibles. Si no están publicados, ¿cómo entenderá el lector español estos capítulos?
“Cuentan muchos poetas que la poesía nace del siguiente modo –eso lo dice tanto Ajmátova en el “Poema sin héroe”, como Mandelshtam-: Suena en sus oídos una frase musical insistente, al principio inconcreta y luego precisa, pero todavía sin palabras. En más de una ocasión fui testigo de cómo trataba Mandelshtam de librarse de esa melodía, de escapar de ella. Movía la cabeza como si pudiera sacudírsela de encima igual que si fuera una gota de agua que hubiera penetrado en su oído durante el baño. Pero nada podía acallarla: ni el ruido, ni la radio, ni las conversaciones mantenidas en la misma habitación”.
“Todo auguraba un rápido final y Mandelshtam procuraba aprovechar sus últimos días. Un solo sentimiento le embargaba: había que apresurarse, si no lo detendrían y no podría terminar de decir lo que quería. A veces le suplicaba que descansase, que saliese a pasear, que durmiese, pero él se impacientaba: no puedo, tengo el tiempo justo, debo apresurarme…
Los poemas brotaban seguidos, en gran número. Trabajaba en varias cosas a la vez. Me pedía con frecuencia que anotara dos o tres poemas que acababa de componer. No podía detenerse: “Compréndeme, de otro modo no tengo tiempo…”
Después de la muerte de su marido Nadiezhda Mandelshtam siguió haciendo todo lo posible para que su obra fuera conservada para los mejores tiempos. Había memorizado todas sus poesías, las copiaba y las enviaba a todos los amigos y conocidos para que las guardaran, y si la mayor parte de ellas llegó hasta nuestros días, es gracias a ella.
La_profe.
“Contra toda esperanza”, o "Memorias" de Nadiezhda Mandelshtam es un libro publicado por Acantilado en traducción de Lydia Kúper en noviembre de 2012. Enseguida lo vi en el escaparate de mi librería favorita, pero lo que me atrajo no fue su título, sino por la imagen de la cubierta.
“Bábushka”, pensé.
Y es que la foto de la esposa del poeta ruso Ósip Mandelshtam, la autora de este libro, ya de mayor, me recordó a mi abuela paterna. También era muy delgada, llevaba el pelo recogido y muchas veces la vi así mismo, pensativa, fumando un cigarrillo… Me acerqué ya sabiendo que se trataba de algún “libro ruso” y después de leer el título entré en la librería y me lo compré.
La trilogía.
“Memorias” (“Воспоминания”) es el primer volumen de la trilogía escrita por Nadiezhda Mandelstam. Le siguen “El segundo libro” (“Вторая книга”) y “El tercer libro” (“Третья книга”). Los últimos dos no están aún editados en español y no sé si los habrá algún día. ¿Quién leerá este tipo de libros en España? ¿Quién conocerá los nombres que salen en él, el ambiente en la URSS de los años treinta?
“Nadie confiaba en nadie y en cada conocido veíamos a un soplón. Parecía, a veces, que todo el país estaba enfermo de manía persecutoria. Y hasta la fecha no nos hemos curado de esa enfermedad.
Por otra parte, teníamos todas las razones para sufrir de rayos X. La vigilancia recíproca era el principio básico que nos regía”.
“Tal era la vida cotidiana, la existencia que llevábamos, embellecida por la confesión nocturna del vecino que nos contaba cómo fue llamado “allí”, cómo lo amenazaron y qué le ofrecieron, o bien sus consejos a los amigos respecto a personas de quienes debían desconfiar. Todo esto ocurría en vasta escala, afectaba a personas que no eran objeto de vigilancia individual. Cada familia pasaba revista a sus conocidos, buscando entre ellos a los provocadores, soplones y traidores. Después de 1937, la gente dejó de visitarse”.
“Al conocer alguna nueva detención, jamás preguntábamos: “¿Por qué le han detenido?”. Pero como nosotros había pocos. La gente, loca de miedo, se hacía esa pregunta con el único fin de autoconsolarse: si son detenidos por algo, a mí no me llevarán, no hay ningún motivo. Se las ingeniaban para inventar causas y justificaciones de cada detención: “Es cierto, se dedicaba al contrabando”, “¡Se permitía cada cosa!”, “Yo mismo le he oído decir…”. Y también: “Era de esperar, tiene un carácter terrible”, “Siempre tuve la impresión de que no era trigo limpio”, “Es una persona totalmente ajena a nosotros”…”
Escritas en los años 1960, “Memorias” en las que Nadiezhda Mandelshtam recuerda los últimos años del poeta al que le acompañó al exilio, iban a ser en principio un libro único, pero su éxito fue tal que la autora decidió seguir escribiendo. En el segundo libro cuenta sobre el feliz comienzo de la vida matrimonial, sobre sus amigos y conocidos y sobre su vida ya de viuda. Y en el tercer libro recuerda a sus padres y su infancia.
Los tres tomos juntos dicen de Ósip Mandelshtam más que todas las biografías que se han escrito sobre él, sobre su vida y su obra.
Biografía.
Ósip Mandelshtam, un poeta simbolista ruso, nació en 1891, en Varsovia, en una familia burguesa de origen judío. Su infancia y su adolescencia transcurrieron en Petersburgo. A partir de los años 1910 se empezó a publicar junto con los poetas acmeístas, tuvo amistad con Anna Ajmátova y Nikolái Gumiliev y otros poetas, literarios, filósofos y artistas de la época.
En los años 1920 deja Petersburgo frío y desolado para viajar por el sur del país (Ucrania, Crimea, Cáucaso) y en 1922 vuelve a Moscú ya casado con Nadiezhda Jázina (Nadiezhda Mandelshtam). Viven en una pobreza total, ganándose la vida con traducciones.
“¡Y pensar que también nosotros podíamos haber tenido una vida corriente de corazones destrozados, escándalos y divorcios” Hay dementes en el mundo que no saben que ésa es, justamente, la vida a la cual se debe tender con todas las fuerzas. ¡Qué no daría yo por un drama semejante!”
“…muchas veces, en diversos períodos insoportables de nuestra existencia, le proponía a Mandelshtam el suicidarnos juntos. Mis palabras suscitaban siempre un brusco rechazo por su parte. Su argumento principal era el siguiente: “¡Qué sabes tú de lo que aún puede ocurrir! La vida es un don al que nadie tiene derecho a renunciar”. Y, finalmente, su último argumento y el más convincente para mí: “¿Por qué se te ha metido en la cabeza que debes ser feliz?””
En 1933 escribe un poema sobre Stalin que enseguida se considera antisoviético. El poeta es perseguido, luego detenido y enviado a la cárcel. Al poco tiempo es trasladado al campo de concentración y después al exilio al que le acompaña su esposa. En 1938 es detenido de nuevo y al poco tiempo muere en un estado próximo a la demencia por el camino a un campo de tránsito.
Sobre el libro.
En su primer libro Nadiezhda Mandelshtam recuerda aquellos años, habla de los hechos, de la conducta que debía tomar aquel que tenía un familiar encarcelado, de lo que se sentía al ser detenido…
“En Sverdlovsk estuvimos esperando muchas horas, desde la mañana hasta muy avanzada la tarde, sentados en un banco de madera de la estación, al lado de dos centinelas armados. Al menor movimiento nuestro –ni siquiera podíamos incorporarnos para desentumecer las piernas, no se nos permitía movernos o cambiar de postura- los soldados se ponían en guardia instantáneamente y echaban mano a la pistola. No sé por qué nos hicieron sentar frente a la sala; veíamos, incluso sin querer, el torrente humano que entraba y salía. Su primera mirada se dirigía a nosotros, pero en el acto todos apartaban la vista. Ni siquiera los chiquillos se dignaban prestarnos atención. … La indiferencia de la gente dolía y atormentaba a Mandelshtam: “Antes daban limosna a los presos y ahora ni siquiera los miran””.
Y también de la enfermedad de Mandelshtam, de sus alucinaciones…
“Mandelshtam oía groseras voces masculinas que lo amenazaban, que analizaban su crimen y enumeraban toda suerte de castigos, que empleaban el léxico que usaba nuestra prensa durante las campañas denunciadoras de Stalin; oía terribles insultos; se le reprochaba haber sido la causa de la perdición de tanta gente por haberles leído su poema. Las voces enumeraban los nombres de esas personas como reos de un próximo proceso y clamaban a la conciencia del que fue culpable de su perdición. Por extraño que parezca, la palabra “conciencia” había dejado de usarse por completo, no se empleaba ni en periódicos ni revistas, ni en la escuela, porque su función era cumplida por el “instinto de clase” al principio y luego por “el bien del Estado”. esa palabra, sin embargo, se había conservado y funcionaba “dentro”. A los reclusos se les amenazaba constantemente con los “remordimientos de conciencia”.
“Mandelshtam era, sin duda, hombre de extremada sensibilidad y muy excitable, más sujeto que otro a traumatismos. Sus reacciones ante los estímulos exteriores siempre eran muy intensas. Pero ¿hacía falta acaso tener esa sensibilidad tan extrema para ser quebrantado por una vida semejante?
Se supone que los enfermos deben ser curados y, por consiguiente, exigí un examen médico. Pero la doctora, que era al mismo tiempo la directora del hospital, se negó en redondo. … Yo insistía, ella evitaba hablar conmigo, me respondía de mala manera, hasta que un día, ya cansada, me dijo: “¿Qué quiere que yo le haga? Todos llegan de “allí” en el mismo estado”.
En las páginas del libro aparecen escritores y poetas rusos de aquella época con las que los Mandelshtam habían cruzado durante aquellos años tan duros: Bely, Pasternak, Erenburg, Brodsky. El papel más importante lo tuvo Anna Ajmátova con la que el matrimonio tenía una verdadera amistad. En cambio recuerda con antipatía a Fadiéev, a Gorki, a Surkov y a otros representantes de la literatura soviética que también participaron en el destino de su esposo.
Una gran parte del libro está dedicada a la poesía de Mandelshtam, sobre todo a aquellos ciclos de poemas que fueron escritos durante los años vividos en Vorónezh. Aquellos poemas se citan en el texto, pero no sé si están traducidos al español, si son disponibles. Si no están publicados, ¿cómo entenderá el lector español estos capítulos?
“Cuentan muchos poetas que la poesía nace del siguiente modo –eso lo dice tanto Ajmátova en el “Poema sin héroe”, como Mandelshtam-: Suena en sus oídos una frase musical insistente, al principio inconcreta y luego precisa, pero todavía sin palabras. En más de una ocasión fui testigo de cómo trataba Mandelshtam de librarse de esa melodía, de escapar de ella. Movía la cabeza como si pudiera sacudírsela de encima igual que si fuera una gota de agua que hubiera penetrado en su oído durante el baño. Pero nada podía acallarla: ni el ruido, ni la radio, ni las conversaciones mantenidas en la misma habitación”.
“Todo auguraba un rápido final y Mandelshtam procuraba aprovechar sus últimos días. Un solo sentimiento le embargaba: había que apresurarse, si no lo detendrían y no podría terminar de decir lo que quería. A veces le suplicaba que descansase, que saliese a pasear, que durmiese, pero él se impacientaba: no puedo, tengo el tiempo justo, debo apresurarme…
Los poemas brotaban seguidos, en gran número. Trabajaba en varias cosas a la vez. Me pedía con frecuencia que anotara dos o tres poemas que acababa de componer. No podía detenerse: “Compréndeme, de otro modo no tengo tiempo…”
Después de la muerte de su marido Nadiezhda Mandelshtam siguió haciendo todo lo posible para que su obra fuera conservada para los mejores tiempos. Había memorizado todas sus poesías, las copiaba y las enviaba a todos los amigos y conocidos para que las guardaran, y si la mayor parte de ellas llegó hasta nuestros días, es gracias a ella.
La_profe.