San Petersburgo - verano 2017

San Petersburgo - verano 2017

Notapor La_profe » 05 Oct 2017, 22:10

Hola a todos,

y especialmente a Gaby a la que le agradezco su reciente participación en el foro. :)

Ya es octubre, el verano queda lejos, pero quizá precisamente esta época, tan fea en muchos sentidos, sea la mejor para recordar los días que pasé en mi ciudad durante el último viaje. Último por ahora, claro está.

La serie de artículos será más o menos esta:

La tienda de dulces “Alionka” en la Nevski, 72 viewtopic.php?f=18&t=308&sid=2dc440572643dd75e39de0dcc64116e8#p1005

La maqueta interactiva de San Petersburgo: un paseo por la ciudad de Pedro I recién construída viewtopic.php?f=18&t=308&p=1004#p1009

Los “comedores”, o la invasión de los restaurantes low-cost viewtopic.php?f=18&t=308&p=1004#p1010

Dos exposiciones temporales en el Hermitage: «Anselm Kiefer a Veliamin Jliébnikov”, “Los interiores artísticos rusos XIX-XX” viewtopic.php?f=18&t=308&p=1004#p1011

¡A Finlandia en barco! viewtopic.php?f=18&t=308&p=1004#p1012

“El tango amarillo”: una obra de teatro sobre Alexandr Vertinsky en el art-café “Brodiáchaya sobaka” viewtopic.php?f=18&t=308&p=1004#p1013

Una visita al jardín Tavrícheski viewtopic.php?f=18&t=308&p=1004#p1014

El vanguardismo en el jardín Mijáilovski: una exposición al aire libre viewtopic.php?f=18&t=308&p=1004#p1015

Las cafeterías “Sever”: antes y ahora.
: viewtopic.php?f=18&t=308&p=1016#p1016



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Re: San Petersburgo - verano 2017

Notapor La_profe » 05 Oct 2017, 22:15

La tienda de dulces “Alionka” en la Nevski, 72

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La tienda “Alionka” se ha abierto en la Nevski, 72 hace sólo unos meses, y este verano ha sido para mí todo un descubrimiento.

Nunca he sido golosa, y si por un repentino capricho compro chocolate o caramelos, casi siempre acaban en la basura una vez que hayan caducado. Qué le vamos a hacer.

Pero si me ha gustado ver esa tienda allí, no ha sido por los sabores inolvidables de algunos barquillos en chocolate soviéticos a los que les tengo mucho cariño. Me ha gustado verla, porque el rostro de esa famosa niña, cuyo nombre llevo yo misma, es suficientemente emblemático como para alegrar la lluviosa Nevsky. Y porque lo que se vende son dulces 100% nacionales, todos elaborados en las fábricas del país tan conocidas como la “Krasny Oktiabr”, la “Babáievski”, la “Rot Front”, etc. Es un orgullo, por supuesto. Y también porque el diseño del sitio es encantador, es justo aquel que debe tener una tienda de dulces, sea cual sea.

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A esto le debo añadir que eso de las tiendas de dulces y de chuches que en España están por todas partes en Rusia no se lleva. Simplemente no las hay. Los chocolates y caramelos se venden en las tiendas de tés, en las secciones correspondientes de los supermercados, en los pequeños comercios de los barrios-dormitorios junto con otros tipos de alimentación, etc. Y la gente aún no está acostumbrada a algo tan típico en España como el coger una bolsita de plástico e ir llenándola de bombones o de gominolas. Ahora es lo que ofrece la tienda “Alionka”, sólo que en vez de ositos masticables dispone de bombones y caramelos “de toda la vida” (muchos de ellos hasta conservan su nombre y aspecto original, el que tenían hace décadas) y sólo hay que dulces.

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Las dependientas son muy agradables y dispuestas a ayudar.

Las bolsas de plástico son de diseño también. Muy bonitas.

Un lugar a visitar, sin duda.

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Re: San Petersburgo - verano 2017

Notapor La_profe » 10 Oct 2017, 21:49

La maqueta interactiva de San Petersburgo: un paseo por la ciudad de Pedro I recién construida.

El museo cuyo nombre traducido al español sería algo como “Área acuática de Pedro” (“»Петровская акватория») se abrió hace dos años en el centro comercial “Admiral” (“El almirante”) que comparte el edificio con la estación de metro “Admiraltéiskaya”. No sólo el museo es nuevo, sino también lo son el mismo edificio y la parada de metro.

Aún no me acostumbro a tener una parada de metro más en el centro de la ciudad. Recuerdo que unos días antes de visitar el museo iba con mi hija por la Nevski y de repente nos paró una señora mayor acompañada de su pequeña nieta. Me preguntó por la parada de metro más cercana. Como estábamos a la altura de la plaza del Palacio, le indiqué el camino hacia el metro del canal Griboyédova.

- ¿Ah, sí? -se quedó sorprendida-. Pero si nos dijeron que había otra parada más cerca…

Y entonces sí me acordé.

- ¡Sí, es verdad! Allí está, la “Admiraltéiskaya!”

Los momentos como este me hacen recordar que ya no vivo en mi ciudad a pesar de tener la extraña sensación de no haberla dejado.

El día que visitamos el museo nos acompañaron mi madre e Iliá. Nada más salir del metro los niños se pusieron a buscar con los ojos a los repartidores de publicidad disfrazados de personajes de los dibujos animados. Ya no se asustaban cuando aquellos les iban a estrechar la mano o incluso dar un abrazo, todo lo contrario, era lo que querían.
Cuando llegamos a la Málaya Morskaya, enseguida vimos el cartel en la fachada del centro comercial que anunciaba el museo. Y entramos.

"Петровская акватория"

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La maqueta interactiva muestra cómo era San Petersburgo en la época de Pedro el Grande. La ciudad aparece en ella en su aspecto más antiguo, vemos cómo era cuando aún se estaba construyendo, y a pesar de que muchas de las calles ahora ya se ven completamente distintas (muchos de aquellos edificios ya no existen), se hacen reconocibles mientras damos el paseo por la exposición y nos situamos.

Aún así, la arquitectura, por muy precisa que sea, no es el mayor atractivo de la exposición. Lo son el movimiento, la acción. ¡Y es que esta increíble ciudad de juguete está poblada de los petersburqueses antiguos que parecen vivos! Dan paseos por las calles, salen de sus casas para ir a trabajar o a hacer algún recado, toman unas copas en las terrazas de los restaurantes. Unos van en unos preciosos equipajes de visita a alguna mansión y otros andando cargados de sacos. Podemos ver como los carpinteros construyen los astilleros navales, como los campesinos llevan sus carros llenos de heno a través de los prados de las afueras, como los señores nobles rodeados de sus amigos van a caballo de caza y hasta podemos oír los ladridos de sus perros que están persiguiendo a la presa. Vemos como en el jardín unas señoras vestidas de unos trajes muy finos y blancos y sombreros de verano charlan plácidamente unas con otras y oír como cantan los pájaros. Encontramos un oso que está subiendo a un árbol. Dos hombres de clase alta están peleando en el rincón de un espléndido parque. Una construcción de madera de repente empieza a arder junto al muelle y sale humo de verdad. En la isla Vasílievski se produce una riada y se inunda todo.

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Muchas de las escenas se ponen en marcha una vez que el visitante pulse el botón. Y este, sin duda, es el mayor atractivo del museo para los niños que no paran de pulsar un botón tras otro, a ver qué pasa. Y pasan muchas cosas curiosas. Cada cinco minutos la exposición entera se sumerge en la oscuridad. Llega la noche, y la ciudad nevada se ilumina con las luces de las farolas, de las casas. Y luego vuelve a amanecer, y de nosotros mismos depende cómo les irá el día a los habitantes de la ciudad. Nosotros decidimos si bajará o no el pequeño puente de madera para dejar que un carruaje muy modesto llegue al palacio de un noble. Nosotros podemos hacer que un barco con provisiones cruce el río. O alegrar el paisaje con unos fuegos artificiales y música orquestal.

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El enorme trabajo sobre la maqueta fue realizado en un año y medio, en él trabajaron más de 200 profesionales de todo tipo: arquitectos, ingenieros, pintores, restauradores, y también historiadores, diseñadores de decorados, etc.

La maqueta es enorme, pero aún así no es tan grande como la maqueta interactiva de Rusia que también se puede ver en otro museo de los más modernos y que aún nos queda por conocer.

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Re: San Petersburgo - verano 2017

Notapor La_profe » 15 Oct 2017, 22:13

Los “comedores”, o la invasión de los restaurantes low-cost.

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Para un nativo la palabra «столóвая» que, como es evidente, viene de «стол» (“mesa”) y significa “comedor”, tiene muchas connotaciones. Es este el nombre que llevan los comedores en las escuelas y otros centros de enseñanza, y también se suelen llamar así las cafeterías que hay en otros tipos de establecimientos y que ofrecen comidas a los empleados. En la URSS las cafeterías tipo «столовая» estaban por todas partes, y me acuerdo perfectamente de aquella que estaba en la calle Sadóvaya, porque mi madre nos llevaba a mi hermana y a mí a comer allí de vez en cuando. ¿Qué comíamos? Salchichas cocidas con macarrones, pepinos cortados en rodajas con smietana por encima y de postre unas pastas caseras cubiertas de cacahuete picado. Yo tenía menos de cinco años, pero aún recuerdo el olor tan especial de aquel lugar y los sabores aquellos. Luego los comedores de ese tipo desaparecieron y hace unos años han vuelto. ¿Cómo son ahora?

Sencillos, prácticos, tradicionales, caseros.

Sus nombres los caracterizan bastante. “Копейка” (“El kopek”), “Русcкие традиции” (“Tradiciones rusas”), “№ 1”, “Еда” (“La comida”), “Еда как дома” (“La comida como en casa”), “Тарелка” (“El plato”), “Наша столовая” (“Nuestro comedor”), “Как у мамы” (“Como donde mamá”). El cartel ya lo dice casi todo.

Baratos.

Los precios sorprenden, tan económico no hay nada, y es lo que atrae a la gente tanto o más que los platos “de toda la vida”. Un té con una empanadilla dulce no llega ni a un euro,y una comida de tres platos sale más barata que una hamburguesa y un refresco en algún burger internacional.

Con un menú que no crea dudas.

En cuanto a los platos, son todos muy conocidos en Rusia. De primero siempre hay sopas tradicionales como la borsh («борщ»), la solianka («солянка») o el jarchó («харчо»). De segundo hay carne guisada, pimientos rellenos, pescado frito, filetes rusos, etc. Se puede acompañar con macarrones, arroz o puré de patata (patatas fritas no suele haber). De postre hay todo tipo de bollería dulce con relleno de mermeladas, de requesón, de semillas de amapola, etc. No suele haber alcohol, pero hay agua mineral, zumos, kvas y mors. ¿Qué es “mors”? Una bebida fría de arándanos rojos.

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Никто не отравился – и слава богу” (“A nadie le ha sentado mal, y gracias”).

Si en el idioma existen expresiones como “cтоловская еда” y “как в столовке”, es por algo. La misma palabra coloquial “cтоловка” es despectiva.

Son sitios que no suelen ser acogedores. A veces pueden sorprender con un diseño curioso, puede haber cosas como recortes de los periódicos soviéticos o los retratos de Brézhnev en las paredes, pero es más bien raro.

Siempre están repletos de gente. Mucho ruido y colas, estas son las características principales de las “столовые”. No son lugares apropiados para pasar un rato tomando algo y charlando. “Это столовая, а не кафе» (“Es una stolóvaya, no una cafetería”), dicen los petersburgueses hablando del ambiente de estos sitios. Es más, si otros clientes, que aún están buscando dónde sentarse, ven que te queda poco para acabar, pueden ponerse de pie al lado para esperar que les dejes el sitio y no lo ven nada extraño ni de mal gusto. “Поел – освободи место” (“¿Has comido? Deja el sitio”), esta es la ley de una “столовая”.

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Mucha gente se queja de que las raciones son demasiado pequeñas, de que la comida, muy apetitosa a la vista, luego resulta ser malísima de sabor, de que el personal no siempre es amable, de que a veces sólo te dejen pagar en efectivo, etc. Pero los que frecuentan estos sitios no lo hacen por placer, sino por necesidad. Por no poder pasar por casa a la hora de comer, ya que Petersburgo es muy grande; por tener ganas de comer algo saludable durante un descanso en el trabajo; por desear alimentar a los niños con algo que no sea comida basura durante un día de excursiones y paseos por la ciudad.

Pero, si lo que se busca es el placer de comer, estos sitios no son los adecuados.

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Re: San Petersburgo - verano 2017

Notapor La_profe » 20 Oct 2017, 21:16

Dos exposiciones temporales en el Hermitage: «Anselm Kiefer a Velimir Jliébnikov”, “Los interiores artísticos rusos XIX-XX”

Esta vez fuimos al Hermitage las dos solas, Leolia y yo, porque la visita tenía un objetivo: quería enseñarle a mi hija las salas egipcias y prefería que nadie nos molestara. Sabía que lo íbamos a disfrutar y así fue. Pasamos un largo rato en esas salas, y una vez que nos despedimos de todas las estatuas grandes y pequeñas que había, nos dirigimos a la escalera principal. Allí, como siempre en verano, había decenas de turistas haciendo fotos y ocupándolo todo, y cuando, por fin, subimos, vi el cartel de una exposición temporal justo delante de nosotras. Detrás del cartel, dentro de las así llamadas paredes falsas de color blanco, elevadas en el interior de una de las salas, había unos cuadros enormes, y la técnica me pareció muy curiosa, como si fuera el 3D.

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Estaba segura que después de aquel paseo buenísimo por el Antiguo Egipto la niña se iba a aburrir y tuve que prometerle de todo, caramelos, chocolate, para que se animara a entrar en aquella sala llena de no sé qué cuadros, pero es que los cuadros eran tan especiales, en todos los sentidos, que hasta una niña como ella, una persona de apenas cinco años, podía apreciarlos. A su manera, claro.

Anselm Kiefer nació en Alemania en 1945 y conoció de sobra el triste ambiente de la posguerra que se refleja en su obra. Los motivos principales de sus cuadros son la destrucción, las ruinas, la soledad, pero también el renacimiento, la creación de un mundo nuevo después del apocalipsis, el inicio de un posible futuro. “Para algunos las ruinas son el fin, pero cuando hay ruinas, siempre se puede empezar a construir de nuevo”, dijo un día el autor, que, además de artista, es filólogo.

Para crear sus cuadros Kiefer utiliza óleo y pinturas acrílicas, y también tierra, metales, heno, cenizas, telas, y por eso cada cuadro parece ser tridimensional. No sólo tiene volumen gracias a la técnica, sino que también vemos algunos detalles que son simplemente colgados encima: un libro abierto, una vieja barca, la carcasa de una cama flotando sobre un río…

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He leído que Kiefer dedica sus lienzos a los poetas cuyas ideas comparte. Uno de ellos es Jliébnikov, el poeta ruso de la Revolución. A pesar de haber leído a Jliébnikov en traducción alemana, Kiefer se impresionó por su teoría numerológica conforme a la cual los importantes hechos históricos ocurren con un período de tiempo de 317 años.

Al salir de la exposición continuamos con el paseo, pero de una forma muy poco habitual para mí, hasta diría que lo hicimos al revés. Suelo comenzar mis visitas al Hermitage en la sala de los Pabellones y terminarlas en la sala de Malaquita, pero esta vez entramos primero en la sala de Malaquita y de allí salimos a unas salas pequeñas con unos interiores aristocráticos de distintas épocas. Había estilo barroco, estilo gótico, modernismo y estilo neo-ruso, y los dos últimos se veían tan raros en las salas del Hermitage que decidí compartir mi sorpresa con la niña:

- ¿Cómo es que nunca había visto esto? ¿Dónde estaban mis ojos?

Y entonces me oyó una de las señoras vigilantes.

- Es que es una exposición temporal de los interiores artísticos.

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Otra exposición temporal. ¡Y qué maravilla de exposición! A la niña, que estaba ya bastante cansada del museo, también le gustó aquello. Estuvimos viendo esos sillones y alfombras, y la preguntaba dónde le gustaría jugar, con qué y por qué, y ella, como siempre, se estuvo imaginando un montón de cosas.

A ver qué encontramos en el Hermitage la próxima vez…


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Re: San Petersburgo - verano 2017

Notapor La_profe » 24 Oct 2017, 22:36

¡A Finlandia en barco!

¿Habéis viajado en crucero alguna vez? Yo sí: había hecho un pequeño crucero en 2007, de Helsinki a Estocolmo y de Estocolmo a Turku, que es una antigua ciudad finlandesa situada en la costa. Y este verano volvimos a hacer un viaje en un ferry turístico de San Petersburgo a Helsinki y viceversa.

Ojo: para realizar un viaje así es imprescindible tener un visado ruso de dos entradas.

Los billetes para el crucero se pueden adquirir por internet en la página https://stpeterline.com

El comienzo del viaje.

Nada más llegar al Morskoi Vokzal (la Estación Marina), vimos nuestro ferry que se llamaba “Princess Anastasia” y que tenía doce plantas. Hicimos unas fotos y entramos en la terminal para hacer la facturación.

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Por dentro la estación se parecía mucho a alguna terminal del aeropuerto “Púlkovo” antes de las reformas. Era como estar en “Púlkovo”. Enseguida recibimos las tarjetas de embarque y las chicas del check-in, al ver que viajábamos con niños, nos dijeron que compráramos botellas de agua en el quiosco de al lado.
- En el ferry el agua es muy cara, será mejor que lo compréis ahora ya.
Y fue lo que hicimos.
En el quiosco había unas señoras latinoamericanas comprando algo e intercambiamos unas frases en castellano. Eran de México e iban a hacer el mismo viaje que nosotros.

En el control de pasaportes mi hija y yo nos quedamos las últimas. Mi madre, mi hermana e Iliá nos miraban desde el otro lado, riéndose. El pasaporte español de mi hija siempre crea sospechas. Sospechas no, dudas. No saben qué hacer con él: si sellar el visado o no, si imprimir otra tarjeta de migración o dejar la misma, etc. Siempre pasa. Además, suelen hacer preguntas estúpidas como “¿Sabe usted que su hija tiene un visado de dos entradas?”
Al final, nos dejaron abandonar el país.

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Subimos al ferry y después de atravesar unos largos pasillos, tan bonitos como los del “Titanik”, entramos en nuestro camarote. Pequeño, pero acogedor. Nos había costado cerca de 200 euros. Era el ideal en todos los aspectos. Pero me sentía rara: tenía una sensación de estar contemplándolo todo desde fuera y no viviéndolo en mi propia carne. Ahora creo que fue porque me horrorizaba la idea de tener que pasar montones de horas en ese espléndido ferry que, a pesar de ofrecer distintas formas de diversión, no dejaba de ser un transporte.

Pero me equivocaba. Es verdad que uno cree que se va a aburrir, porque el viaje dura catorce horas, pero el tiempo va rápido. Y una parte del viaje es nocturna.

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El ferry salía a las siete de la tarde, había que estar en él dos horas antes, y mientras esperábamos a que el viaje empezara, recorrimos con los niños las tres plantas más interesantes, aquellas que tenían cafeterías, tiendas, restaurantes, salas de música, un escenario donde se podía bailar bajo las canciones de Shakira y de Enrique Iglesias y una ludoteca. Bailé con los niños, jugué con ellos a “Lego” y a la cocina, salimos a la cubierta a hacer fotos, nos comimos unos helados “Magnum” que valían 3, 80 cada uno… ¡Y hasta fuimos a la piscina! En el ferry había una piscina infantil, una piscina grande, un jacuzzi y saunas. 10 euros por persona, los niños hasta seis años gratis.

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¿Finlandés? Cero.

En el barco se puede hablar en ruso, en inglés y en italiano, porque la mayoría de los empleados son italianos (cuyo ruso es, sin embargo, casi impecable). El finlandés no se puede hablar con nadie, ¡no hay finlandeses!, y los carteles vienen en tres idiomas: el ruso, el inglés y el estonio (también hay cruceros a Tallinn).
- ¡Allí dentro todo es en finlandés y en ruso! – me había dicho mi hermana unos días antes del viaje, porque ya había hecho un crucero así en 2014.
Pero ella, como toda la gente, confunde el estonio y el finés. Normal.

Detalles del viaje.

Mientras el ferry está en movimiento, se percibe un ligero temblor bajo los pies, como si estuvieras dentro de una nevera antigua, o algo así. Nada de mareos, es un viaje muy tranquilo. Y para dormir es una sensación muy agradable.

En el barco hay wi-fi, pero es como si no lo hubiera. Y encima no es gratis.

Cenamos en una de las cafeterías que ofrecía cosas comestibles para los niños caprichosos como los nuestros. No quisieron ir al restaurante italiano, ni cenar por unos 30 euros (por persona) en un buffet libre. Unos nuggets y unas patatas les gustaron más. Y luego nos sentamos al lado del escenario, y Leolia e Iliá se pusieron a bailar (había más niños de su edad, así que rápidamente encontraron compañía) y nosotras estuvimos tomando algo y celebrando mi cumpleaños que era ese día.

Por la mañana llegamos a Helsinki, y aquel día fue el mejor de todos los de este año. ¿Por qué? Porque lo pasé con la gente que quiero, en un sitio que quiero y hablando un idioma que quiero. ¿Qué más podía desear?

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La vuelta fue espectacular también, sobre todo porque hacía mejor tiempo y pudimos tomar el sol en la cubierta y disfrutar de los paisajes. Sólo que la llegada a Píter me pareció mucho menos alegre que la llegada a Helsinki. Volver a Rusia significaba que la primera parte de nuestro viaje había quedado atrás y que pronto iba a terminar todo.

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Re: San Petersburgo - verano 2017

Notapor La_profe » 01 Nov 2017, 23:15

“El tango amarillo de Vertinski” en “El Sótano del Perro Callejero”.


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La cafetería artística “El Sótano del Perro Callejero” había abierto sus puertas por primera vez en 1911, en la plaza Mijáilovskaya de Petrogrado. El “perro callejero” es una metáfora para la imagen de un artista sin techo.

Antes de que la cafetería se hubiera cerrado en 1915 se daban en ella obras de teatro y conciertos, también había veladas poéticas. En aquellos años la frecuentaban Anna Ajmátova, Vladímir Maiakóvski, Nadiezhda Teffi, Osip Mandelshtam, Nicolái Gumilev, Velimir Jliébnikov, etc.

“El Perro Callejero” volvió a ser el mismo “sótano artístico” ya en 2001, cuando en la sociedad rusa creció el interés por los años 1920, el modernismo y el Siglo de Plata de la poesía rusa. Ahora ofrece conciertos y obras de teatro, muchas de ellas relacionadas con aquella época, su gente y su arte.


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A ver si os divertís un poco”. Ese era el mensaje que me envió mi madre unas semanas antes de mi viaje a San Petersburgo. Venía con una foto de las entradas que nos compró a mi hermana y a mí. “El tango amarillo de Vertinski” en el sótano artístico “El perro callejero”, leí y pensé que tenía que ser algo interesante. Vertinski, su famoso tango, y el sitio mismo es curioso…

¿Qué tal si vas con mamá?” Eso fue lo que me escribió mi hermana unos minutos después. Es que había recibido el mismo mensaje.

Pero el día ese, aquella tarde en la que llovía a cántaros, fuimos “a divertirnos un poco” ella y yo, mientras que la abuela se quedó en casa para acostar a los nietos. “Y no os peleéis”, dijo al cerrar la puerta detrás de nosotras.

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Nunca antes había estado en aquel pequeño teatro. Había oído sobre él, eso sí, sabía exactamente dónde estaba, recordaba su cartel. Pero no me podía ni imaginar cómo sería por dentro.
Lo que vimos nada más bajar la escalera y entrar fueron perros. Perros de metal, perros de papier-mâché, perros de madera y de tela, perros enmarcados, perros dibujados directamente en la pared, perros y perritos. Y había decenas de carteles antiguos, de la época modernista.

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Dejamos los abrigos en el guardarropa y entramos en un pasillo estrecho y de un techo muy bajo. Sus paredes pintadas de blanco estaban todas cubiertas de autógrafos que dejaron los artistas famosos de ahora. Había mucho para leer, pero lo dejamos para el entreacto y seguimos el camino para entrar en una sala de cafetería. Fue como viajar a los años veinte. El modernismo con su toque ruso tan reconocible, tan familiar y tan acogedor se percibía en todo. En los manteles, en los cuadros, en las lámparas incrustadas. Era impresionante.

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Y luego había una última sala con un pequeño escenario y mesas para dos o cuatro personas. Nos sentamos y pedimos unas copas. Había público de todo tipo: gente joven, gente mayor, grupos de amigos, parejas, etc. Algunos estaban cenando: el menú, además de bebidas, ofrecía entremeses y platos calientes.

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La obra nos gustó a pesar de haber durado más de dos horas con el entreacto. Era una obra de un solo actor al que a ratos le acompañó una cantante y un violinista. El monólogo en el que salían anécdotas de la vida de Vertinski lo interrumpían las canciones del mismo, vídeos cortos de la época, la performance, etc. Ninguna biografía de Vertinski (por si un día pasara alguna por mis manos) me permitiría crear la misma imagen de él.

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Cuando salimos, ya había dejado de llover y la Nevski brillaba con todas sus luces que se reflejaban en el asfalto y le añadían colorido al paisaje nocturno, aunque en la Nevski nunca es noche del todo. Tuvimos que ir corriendo al metro, y poco a poco se fue borrando de nuestras mentes la atmósfera de los tiempos de Vertinski.
- Todo bien, los niños están durmiendo, - me dijo mi hermana guardando el móvil. - ¿Qué tal? ¿Ya se te pasó el miedo al metro?
- No del todo. – le contesté. – Y para ti, ¿cómo fue? ¿Habrían sido duros los días después del atentado?
- Es que no te queda otro remedio que seguir utilizando el metro día a día. Pero es verdad que los primeros dos o tres días el metro estaba bastante vacío. Apenas había gente. Luego todo volvió a la normalidad. Recuerdo que un día iba en el tren y de repente se oyó un ruido raro, y una chica que estaba sentada a mi lado me agarró del brazo. Se había asustado la pobre. Y se disculpó, claro.

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Aliexandr Vertinski (1889 – 1957) fue un cantautor ruso y soviético que se hizo famoso no sólo por sus canciones que se siguen escuchando hoy en día, sino también por un estilo único de interpretación. Era medio cantar, medio recitar, y la pronunciación de las erres un tanto peculiar también le daba un toque. Eran canciones con sus letras, pero al mismo tiempo eran poesías acompañadas por melodías. El actor aparecía disfrazado de Pierrot y llevaba máscara. Hubo “Pierrot blanco” y “Pierrot negro”, y más tarde los reemplazó un frac negro. A mediados de los años 1920 Vertinski emigró y estuvo viviendo en París, donde compuso sus mejores canciones y no dejó de dar conciertos, luego en Palestina, en Estados Unidos y en China. Regresó a la URSS en 1943 ya casado y con una hija de tres meses. Un año más tarde nació su segunda hija. Ambas han sido actrices de cine y siguen viviendo en Rusia.


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Re: Actualizado: San Petersburgo - verano 2017

Notapor La_profe » 09 Nov 2017, 23:19

Una visita al jardín Tavrícheski.

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El jardín Tavrícheski fue construido en San Petersburgo en los años 1783-1800. Su autor, el arquitecto británico William Gould diseñó un espléndido “jardín inglés” de aquellos que estaban de moda en la época y de los que ya disponían otras ciudades grandes de Europa.

Un poco de historia.

El nombre del jardín tiene que ver con Grigori Potiomkin, político y militar al que Catalina II le otorgó el título del Conde Tavrícheski por la importancia de su participación en la primera Guerra Ruso-turca (1768-1774). El jardín y el palacio elevado dentro le fueron ofrecidos de regalo.

En 1886 el jardín fue abierto al público. En 1924 fue seriamente dañado durante la riada que hubo en la ciudad, pero en 1930 volvió a abrir sus puertas como Parque de Cultura y Ocio del Primer Plan Quinquenal. Durante el Sitio de Leningrado el jardín quedó bastante destruido y estuvo en obras hasta 1958. Una vez reformado, recibió el nombre de Parque Infantil de la ciudad. Sólo en 1985 le fue devuelto su nombre original, el del jardín Tavrícheski.

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¿Cómo llegar?

A pesar de que la zona se considere céntrica, el jardín Tavrícheski está bastante alejado del corazón de la ciudad, es decir, de la avenida Nevski y los monumentos principales. Para verlo se puede dar un largo paseo por la avenida Liteiny hasta la calle Kírochnaya y seguir caminando un rato más (en total no van a ser menos de 45-55 minutos andando), o coger el metro y bajar en la parada “Chernyshévskaya”. Una de las salidas del metro da precisamente a la calle Kírochnaya y si una vez situados en ella miramos alrededor, veremos las cimas verdes de los ábroles del jardín al final. Unos 7-10 minutos y estaremos en su entrada.

El jardín está poblado principalmente de robles, aunque también se pueden ver algunos alerces, tilos y abedules. Dentro del parque, además del palacio, se encuentran varios monumentos, entre ellos uno de Chaikovski y uno de Yesenin, estanques, puentes, escaleras, parques infantiles, puestos de helados, un restaurante y una cafetería que comparten el mismo pabellón y, sobre todo, hay muchos senderos que recorrer.


Nuestro paseo por el Tavrícheski.

Mientras mi hija y yo estábamos atravesando la ruidosa Kírochnaya dirigiéndonos al jardín Tavrícheski, le recordé unos versos del poema infantil “Moidodyr” escrito en 1921 por Korniéi Chukovski. En el poema un niño que no quiere bañarse huye de la esponja que le persigue por las calles de Leningrado.

Я к Таврическому саду,
Перепрыгнул через ограду,
А она за мною мчится
И кусает как волчица


(Yo corrí hacia el jardín Tavrícheski/ salté la verja/ y ella me alcanzaba/ y me modría como una loba)

Juntas nos acordamos de los personajes del poema, de los dibujos animados hechos en 1954 que tantas veces vimos, nos fijamos en la verja, tan alta que parecía imposible que alguien la pudiera saltar. Aunque Leolia dijo que se podía conseguir poniendo un pie en una rejilla justo en el medio del ornamento.

El estar dentro del jardín fue maravilloso. No sé cuándo habría estado allí por última vez. Sé que pasé cerca en primavera de 2004 pensando que estaría bien entrar algún día.

Ese día llegó muchos años después.

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Por supuesto que tuvimos que visitar los parques infantiles, todos llamativos por su colorido, y en ellos pasamos unos largos ratos a pesar de que cada poco empezaba a llover. Cuando un fuerte chaparrón nos pilló en una pequeña caseta al lado del arenero, Leolia se puso a llorar, porque no la dejaba seguir jugando en la arena, y yo simplemente me puse a mirar los poderosos robles, los arbustos de lilas recién florecidas y muy delicadas, el césped sin cortar en el que se veían las cabecitas blancas, como bordadas, de la flor de apio. Todo castigado por una lluvia de verano, pero agradeciendo sus frías gotas. Maravilloso jardín de los siglos pasados bajo la lluvia. Como un sueño.

Cuando cesó de llover, fuimos a buscar algún estanque, pero antes de encontrarlo dimos con un pabellón dentro del cual había una cafetería, o un restaurante, o las dos cosas juntas.
Tomando un café americano allí pensé en el público que el jardín. En las zonas infantiles había muchos niños con sus madres y por las conversaciones que oí supe que vivían en aquel barrio y que aquel era su parque infantil de todos los días. En la cafetería, muy normalita en todos los aspectos, también había, sobre todo, gente que vivía en el barrio y que entró a picar algo. O incluso a comer. Lo que menos se ve en el Tavrícheski es gente que se ha desplazado a esa zona de la ciudad para conocerlo. Y aún así, la hay. Mientras estábamos en la cafetería, en las mesas de al lado había unas turistas francófonas comiendo y charlando, y eran muchas.

Por fin llegamos al estanque en el que, a pesar de la lluvia que no paraba del todo, nadaban patos y gaviotas. Les tirábamos trocitos de rosquillas secas y saladas, y era divertido ver como las gaviotas, espabiladas, las cogían en el aire, volando si hacía falta, y como los patos, torpes, no veían la comida ni bajo sus narices.

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A la niña le gustaba todo: los columpios, los pájaros, las hojas del roble, como recortadas por un artista, el puente en el que había decenas de candados enganchados en forma de corazón…

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Estuvimos un rato mirando como un chaval adolescente intentaba arrimar con una pala la pelota que se le había caído en el pequeño río, pero no supimos si tuvo o no suerte. Ya eran las cinco de la tarde, ya llevábamos más de tres horas en el jardín, era hora de irnos.

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Increiblemente bonito ese lugar. Era triste dejarlo, como es triste dejar Petersburgo. Pero esta vez habrá que volver pronto.

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Re: San Petersburgo - verano 2017

Notapor La_profe » 14 Nov 2017, 23:39

El vanguardismo en el jardín Mijáilovski: una exposición al aire libre.

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«Los jardines imperiales de Rusia” («Императорские сады России») es un festival internacional del arte botánico ofrecido por El Museo Ruso. Todos los años, en junio, el jardín Mijáilovski cuyo territorio pertenece al museo, se llena de obras de arte hechas con flores y plantas, y sólo quedan abiertas las puertas que dan al canal de Griboyédov. La entrada se cobra durante los diez días que dura el festival.

A pesar de que haya visto varias de esas exposiciones y aún recuerde la primera, la de 2008, hasta este junio no sabía que el festival era temático y que cada año trataba de cosas diferentes. Este año su tema ha sido el vanguardismo.

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Decidí visitarlo el día que volvimos de Helsinki. No había nada que hacer por la tarde y fuimos al jardín Mijáilovski mi hija y yo. La entrada para los adultos valía 300 rublos (5 euros) y los niños pasaban gratis.

Nada más entrar la niña se dirigió a una zona infantil que estaba en un rincón al lado de la entrada y que no tenía nada que ver con la exposición. Y fue allí donde, al mantener una pequeña conversación con una señora mayor, la abuela de una niña con la que estuvo jugando la mía, supe que el festival era temático.

- El año pasado había aquí muchas cosas para los niños, el festival venía relacionado con la infancia, y este año los niños se aburren aquí como ostras.

Entonces me di cuenta de que aquellos puestos de Lego, de manualidades al aire libre, de casetas verdes en las que se podía entrar, de puentes improvisados de los que se podía saltar y otras cosas que más que arte eran zonas de juego, ya no habría esta vez. El año pasado sí, este año, no.

¿Y ahora qué?

Pues ahora tendrás que hacer todo lo posible para que la niña no se aburra y para que el vanguardismo le diga algo”, pensé.

Entonces a la señora mayor se le acercaron dos chicas de mi edad de las que una era su hija.

- Уже всё обошли? («¿Ya lo habéis recorrido todo?») –las preguntó.

- Ну да. Сплошной авангардизм везде. (“Pues sí. No hay otra cosa que vanguardismo por todas partes”) –contestó la hija.

Ojo que en ruso no se dice “авангардизм”, como lo dijo la chica, sino que es “авангард». Viene de “avant-garde”.

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Dejamos la zona infantil y fuimos a ver la exposición. Había muchas cosas curiosas como aquellas que veréis en las fotos, pero no se podía tocar nada. El año pasado sí, este año, no. Es más, no se podía ni acercar a los objetos expuestos: bien se sabe que el césped en los parques de San Petersburgo no se pisa. Ningún césped de ningún jardín. Y el festival no es ninguna excepción. Vamos, que el año pasado fue muy distinto.

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Dimos una vuelta por el jardín, hicimos fotos y luego vimos un puesto creado para entretener a los niños. Era algo como una master class.

La monitora, una chica joven, nos ofreció una hoja de cartón y nos propuso recortar tres círculos de distintos tamaños (ya venían marcados) y dibujar algo en ellos.

- En realidad los niños tienen que dibujar a los personajes de sus cuentos favoritos. Pero como su hija es muy pequeña, que dibuje lo que quiera. Aquí tenéis las tijeras, aquí los rotuladores. Luego uniré vuestros círculos con una cuerda para que se puedan girar y el dibujo cambie.

Decidí que dibujaríamos hojas. Verdes y de colores. Sería como un símbolo del jardín. Enseguida saqué del bolso más lapiceros y rotuladores, siempre los llevo conmigo.

- Anda, ¡tenéis materiales para pintar! -se sorprendió la chica.

- Nos gusta, sí. –contesté.

Nos pusimos a hablar y de repente ella dijo:

- Habitualmente organizamos estas master class en la sucursal de El Museo Ruso en España.

Levanté la mirada de los círculos de cartón.

- ¿Cómo en España? ¿En nuestro país?

Entonces ya quedó sorprendida ella.

Resulta que en Málaga hay una sucursal de El Museo Ruso, y esa chica estuvo un año trabajando allí en unos cursos para los niños. Por supuesto que habla español.

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Al final el paseo por la exposición fue más entretenido de lo que me podía haber imaginado. Al salir de allí nos compramos unos helados y nos acercamos al Сampo de Marte para poder sentarnos en el césped (allí sí se puede), en medio de los arbustos de lilas, y simplemente disfrutar de la tarde en la ciudad.

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Re: San Petersburgo - verano 2017

Notapor La_profe » 26 Nov 2017, 14:44

Las cafeterías “Siéver”: antes y ahora.

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De pequeña conocí algunas de las cafeterías emblemáticas que había en Leningrado, sobre todo las de la Nevski y sus alrededores, y que cerraron en los noventa. En cambio hay una que sigue en su lugar de siempre, y es la cafetería “Siéver”. Significa “norte”.

No se sabe exactamente cuándo fue fundada, pero sale mencionada en la revista anual “Todo Petersburgo” de 1903. Al principio fue una empresa confitera situada en el edificio número 44 de la avenida Nevski y llevaba el nombre de “A. Andréev”. Los dulces se elaboraban por la mañana y para la última hora del día apenas quedaba alguno: el sitio enseguida atrajo a los petersburgueses sitio y se hizo conocido. A pesar de todo, y seguramente, fue por razones políticas, la confitería dejó de existir a finales de los años 1920 y volvió a abrir ya en 1936. Ahora su nombre cambió para ser “Nord” y en el emblema salieron por primera vez dos osos blancos.

Durante la Gran Guerra Patria (1941-1945) la confitería estuvo cerrada, pero justo después, en 1946 volvió a abrir con el nombre “traducido” al ruso: “Siéver”. Fue entonces cuando se crearon muchas tartas nuevas que ahora son ya casi legendarias. La tarta más importante llevaba el nombre de la cafetería y aún hoy es la más solicitada.

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En internet encontré comentarios como estos:

“El símbolo de mi infancia fueron los pasteles de 22 kopeks de la cafetería “Siéver” en Leningrado”.

“Un moscovita o un turista de provincias al volver a casa de Leningrado traía consigo de recuerdo una tarta de la “Siever”. Una de esas que llevan un oso blanco en la etiqueta de la caja”.

“Recuerdo que en los 1970 en la “Siever” había blinis rellenos de carne. Se llamaban “Appetítnye”, y si tenías unos tres rublos, te podías permitir una ración. La acompañabas de una taza de caldo y un postre, unos profiteroles en salsa de chocolate. ¡Y una copa de champán! ¡Todo por sólo unos tres rublos!”


Ahora la confitería “Siéver” tiene varios locales en el centro de la ciudad, y conozco al menos tres de ellos. Todos sus escaparates llevan algún oso blanco en peluche, y el más llamativo es el de la Nevski. Es grande y se mueve.

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"Cевер" на "Чернышевской"


Los pasteles son de buenísima calidad, aunque quizá sean algo caros. La gente, a pesar de una gran variedad de cafés, suele preferir el americano. Para los niños hay una pizarra, dibujos para colorear y ceras. No sólo es un sitio ideal para tomar un postre, sino que tiene su historia, y por eso no es una confitería cualquiera.

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