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Mis memorias del coro. Parte I. Parte II.

NotaPublicado: 27 Abr 2016, 22:20
por La_profe
Los recuerdos que tengo de mi vida de corista son como trocitos de tela de distintas texturas y estampados, y no sé por qué, pero mi memoria me lleva hacia ellos cada vez más a menudo y me pongo a revisarlos, a hurgar en ellos, a recordar aquello…

Me traslada a la Nevski de los 90 y voy al Palacio de los Pioneros que en aquella época ya paso a llamarse Palacio de los Jóvenes Creativos, o algo así. Ocupa el palacio Aníchkov construido en 1754 cuyas fachadas salen a la Nevski y al malecón del Fontanka.

Pero no es el edificio antiguo en el que voy a entrar, sino el otro edificio, construido un siglo más tarde, al que se llega por el patio.

Entro, dejo el abrigo en el guardarropa y subo a la segunda planta, y luego atravieso varios pasillos estrechos y poco iluminados cuyo suelo está cubierto por un linóleo de un color sin nombre. Esos pasillos me llevan al aula en el que se reúne el coro.

Tengo delante una sala grande y luminosa cubierta de parqué de color muy claro que le da aún más luz. En el medio está colocado un piano de cola negro y brillante, y en la pared opuesta están las tarimas corales con unas filas de sillas blancas encima de ellas. Las tarimas que tienen unos siete escalones llegan hasta la ventana que es enorme y tiene una forma redonda, y cuyo cristal está dividido en segmentos. El techo está muy alto y justo debajo de él hay una galería a la que apenas sube nadie. Tiene que ser interesante ver y escuchar un ensayo del coro desde allí, pero la entrada a aquel balcón a nosotros, los coristas, nos era prohibida.

Sigo avanzando por la sala y oigo el parqué crujir bajo mis pies. Me siento en una de las sillas de la segunda fila, en el centro, donde se sientan los sopranos. Allí estaba mi sitio.

No recuerdo a qué edad entré en el coro, pero creo que fue con diez años porque no me inscribieron en el coro infantil, sino en el del medio después del cual había otro, el más serio, el de verdad, el sueño de todas nosotras que teníamos envidia a las chicas mayores que ya cantaban en él.

Para entrar en el coro “Smena” (así se llamaba el coro intermedio, y significa algo como “el cambio” o "el relevo") había que cantar una frase de la canción soviética muy conocida “Mi tierra patria”:

- Край родной, навек любимый, где найдёшь ещё такой…

Tatiana Pávlovna, la profesora, o sea la directora del coro, estaba sentada en el piano y nosotras, todas niñas, estábamos puestas en una cola esperando nuestro turno para cantar aquello de la mejor manera y lo más alto posible. Si te aprobaban, se te otorgaba un sitio en los sopranos o en los contraltos, que se dividían en dos grupos cada uno. Sopranos primeros y segundos, contraltos primeros y segundos.

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El coro “Smena” tenía ensayos dos veces por semana, los miércoles y los sábados. Las clases empezaban a las cinco de la tarde y duraban dos horas con un pequeño descanso en el medio. Al empezar la primera hora Tatiana Pávlovna ocupaba su lugar frente al piano, mientras que el pianista acompañante, un hombre barbudo y taciturno, ocupaba el suyo para esperar unos diez minutos más.

Nos levantábamos de nuestras sillas y alguna niña de las más espabiladas y lanzadas, una típica líder del grupo a la que todas teníamos respeto, exclamaba:

- Три – шестнадцать!

Y el coro la seguía con un saludo:

- Всем, всем добрый вечер!

Luego empezaban los ejercicios de siempre, aquellos que sirven para preparar las cuerdas vocales, y si alguien llegaba tarde a clase, se quedaba en la puerta esperando a que aquella parte de la clase terminara. Era la ley número uno del coro. Sólo después, cuando Tatiana Pávlovna se ponía a repartir las partituras, pasaban y se sentaban. Nunca nadie se permitía atravesar la sala en un momento inadecuado.

Tatiana Pávlovna era una profesora con mucho talento. Una directora del coro con mucha experiencia, siempre inspirada, enérgica, una verdadera conocedora de la psicología del adolescente, nos tenía concentradas cien por cien en el ensayo desde el primer hasta el último minuto. La adorábamos, le teníamos un enorme respeto, la queríamos. Yo tenía unos once o doce años, estaba pasando por una época de fragilidad e inseguridad absolutas, pero ya sabía darme cuenta de lo profesional que era ella. Y tanto respeto le tenía que cada vez que tenía que hablar con ella a solas, me entraba un miedo y un nerviosismo terribles. Apenas podía aguantar su mirada, a pesar de que me trataba bien y me hizo solista más de una vez. (Entre unas cien alumnas del coro sólo había unas diez que fueron solistas).
Por aquel entonces Tatiana Pávlovna tenía ya más de cincuenta años y se maquillaba de una manera muy poco atractiva. Sí la veías de lejos, podías pensar que tenía unos ojos grandes y expresivos, pero de cerca podías darte cuenta de que en realidad eran unos ojillos diminutos que apenas tenían color, pero los párpados estaban remarcados con unas líneas negras gruesas, hechas sin mucho esmero con un lápiz.

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Tatiana Pávlovna hoy.


Recuerdo las fotocopias viejas de las partituras, todas rotas y pegadas con celo. Las más usadas estaban tan desgastadas y tan finas que parecía que se iban a deshacer en las manos. Las partituras había que aprender a leerlas, y a nadie le importaba si conocías el lenguaje musical, es decir, el solfeo, o no. Lo ibas aprendiendo porque te lo exigían.

Cantábamos en ruso, en latín y hubo una vez que tuvimos que cantar en italiano… no sé qué italiano era ese.

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El coro "Smena" estos años.


Cuando cumplí trece años, me trasladaron al coro de mayores. Así se llamaba, el «старший хор», o también el “coro de conciertos”, el «концертный хор». Allí cantaban chicas de 13 a 16 años y no eran cien, sino bastantes más. Era un coro enorme, en cierto sentido profesional. Con él trabajaban otros profesores, y las obras eran más complicadas, más serias. Pero de él hablaré en la segunda parte.

La_profe.

Re: Mis memorias del coro. Parte I. El coro "Smena".

NotaPublicado: 14 May 2016, 21:01
por La_profe
Parte II. El coro "Концертный".

A la edad de trece o catorce años las coristas del “Смена” pasábamos al coro que se llamaba «Концертный». De los tres coros era el único que formaba parte del conjunto musical, en el cual entraba también la orquesta sinfónica y varios grupos de danza. El “Концертный» era el coro más serio de los tres.

Como es lógico, no sólo se trataba de cumplir la edad necesaria para entrar en ese coro, sino también de tener aptitudes para cantar en él, es decir, tener buena voz, saber entonar y poder leer sin problema las partituras. O sea que había que madurar lo suficiente y luego demostrarlo.

El pasar de un coro al otro tenía sus cosas buenas y sus cosas malas. Al entrar allí, de repente volvías a ser pequeña, algo incómodo de por sí, y además, una principiante, una persona insignificante.

El repertorio.

Una de las diferencias de este coro del de “Smena” era el repertorio. Mucho más profesional: Tanéev, Grechanínov, Svirídov, Litszt, Chaikovski.

«Горними тихо летела душа небесами,
Грустные долу она опускала ресницы...»


Aún es como si tuviera en mis oídos ese romance de Chaikovski con la letra de Aleksiéi Tolstói cantado por una de las mejores voces del coro de aquellos tiempos y acompañado por el mismo coro y la orquesta sinfónica. Cierro los ojos y veo a Olga que está de cara al director de la orquesta, en su espalda tiene una pequeña coleta teñida de un color muy rubio, se balancea un poco de un lado a otro cantando, y en la orquesta la siguen las flautas, los fagots… Y mi corazón se estremece al oír esa armonía de sonidos.

O también:

«Молчит сомнительно восток...»

Si encuentro este poema de Tiútchev en algún sitio, no puedo simplemente leerlo: lo canto recordando aquellos años de mi adolescencia en los que el coro empezaba esa frase en voz baja y todas experimentábamos una sensación si no de euforia, pues de algo parecido. Era la alegría de ser parte de algo sumamente bello: de esa poesía, de esa música escrita para el coro. Y por supuesto que para sentir aquello había que ser adolescente, estar en esa edad en la que uno vive de las emociones.

Y también me acuerdo ahora de la canción de Svirídov en la que parecen sonar las campanas aunque sólo es el coro y el piano:

“О Родина, счастливый и неисходный час...»

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Escuchar: https://www.youtube.com/watch?v=0LcxxC--ZNU


Las solistas.

En el coro de conciertos no sólo había chicas mayores a las que se respetaba por la edad, sino que entre ellas había algunas a las que las demás teníamos el máximo respeto y hasta admiración. Eran las “primas” del coro. Unas divas con voces divinas. Aquellas chicas de dieciséis o diecisiete años se sentaban en la última fila, la de arriba, mientras que las recién llegadas ocupaban las filas de abajo y las demás, las del medio. Las chicas mayores siempre andaban juntas y todo en ellas nos parecía fascinante. No sólo sus voces, sino su aspecto físico, su forma de mostrarse atractivas. Por alguna razón desconocida, todo en ellas se compaginaba de tal forma que las demás no llegaban a su altura y no podían hacer otra cosa que envidiarlas.


Andriéi Ivánovich.

A mis trece años podía darme cuenta de que uno de los directores del coro y de la orquesta, Andriéi Ivánovich, por aquel entonces treintañero, tenía cierta simpatía a algunas de las vocalistas, y ellas lo sabían y se sentían halagadas, en cierto sentido, elegidas. Fue precisamente en clases suyas cuando se esforzaban al máximo para cantar lo mejor que podían, y era una delicia escucharlas. Ni en los conciertos cantaban tan bien. ¡Cómo cantaban! Y por supuesto que había lugar para los enamoramientos, el flirteo, bromitas atrevidas desde la última fila… Y quizá demasiada melena suelta y demasiado rímel en las pestañas.

Creo que Andréi Ivánovich disfrutaba mucho de aquello, pero estoy segura que disfrutaba bastante más de su trabajo, porque era un profesor con mucho talento y se le veía entusiasmado e inspirado en lo que hacía. Tenía su estilo de trabajar en los ensayos, y sobre todo me acuerdo como nos decía: “¡Compositoras!” cuando lo que cantábamos era diferente de lo que ponían las partituras. Era divertido.


Dmitri Nikoláievich.

El otro director del coro, Dmitri Nikoláievich, fue el mejor de todos los que conocí durante aquellos años. Entonces ya estaba a punto de jubilarse. Su estilo de comunicación con las coristas era totalmente diferente del de Andréi Ivánovich. Dmitri Nikoláievich era más respetuoso, era más caballero. Cuando quería decir algo en broma, solía utilizar frasesitas en alemán: “Achtung!”, “Schnelle!” Para mí las clases de Dmitri Nikoláievich eran las mejores, las más serias, las más útiles.


Los conciertos.


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Además de la sala de conciertos “Karnaval” que pertenece al mismo Palacio de los Jóvenes Creativos, los coros daban conciertos en las mejores salas de San Petersburgo: La Philarmonia, Capella, Oktiabrski, Smolny, etc.

Al empezar el año escolar había que ir al vestuario y reservar el traje, o los trajes, si había más de un conjunto, como lo fue en el caso del coro "Концертный". El “Смена” tenía trajes color café con leche, y los que salen en las fotos de estos años, o son los mismos, o los han vuelto a encargar del mismo diseño. Y el coro de conciertos tenía blusas blancas y fadas grises pliseadas que para aquel entonces ya no parecían nada nuevas.

Aquella ropa transformaba a las chicas del coro por completo. Si antes eran todas más o menos guapas con sus pantalones vaqueros, camisetas y sudaderas, ahora se veía perfectamente que una tenía mucho pecho, mientras que otra apenas tenía nada, que una tenían piernas esbeltas y otra, gruesas. Hasta las "primas" perdían una parte de su habitual encanto con aquella ropa puesta. El problema no sólo era la ropa que, por supuesto, no podía quedarle bien a todo el mundo, sino la falta de tallas necesarias. Era muy difícil encontrar las piezas adecuadas entre los montones de blusas y de faldas. Todo era demasiado ancho o demasiado estrecho, y ya depués de elegir algo, en casa había que ponerse a descoser, a volver a coser, a añadir botones, a emplear imperdibles, etc… La parte femenina de la orquesta sinfónica llevaba la misma ropa y tenía los mismos problemas.


El coro y la orquesta: amores y amistades.

Los ensayos generales los había en las mismas salas de conciertos y se reunía el conjunto entero, con la orquesta sinfónica y los grupos de danza, si tenían que actuar también. Gracias a aquellos largos y exhaustivos ensayos que empezaban a la primera hora de la tarde y terminaban dos horas antes de que se cerrara el metro, muchas de las chicas del coro conocíamos a los chicos de la orquesta en persona, y surgían amistades y relaciones románticas. A la edad de catorce años estuve saliendo con un chico que tocaba el oboe, y a la edad de quince conocí a un flautista con el que bailé en muchas discotecas, pero luego supe que era una año menor que yo y poco a poco perdí el interés, en cambio tuve una buena amistad con su hermana, una chica del “Смена”.

Lo típico era llamar a los de la orquesta no por sus nombres, sino por el nombre del instrumento, por eso lo normal era hacer preguntas como:

- ¿Ya has roto con el Clarinete?

- ¿Sigues saliendo con el Oboe?



Estuve cantando en el coro "Концертный" durante tres años, y cuando quedaba el último, el de la graduación, lo dejé. Empecé a interesarme por otras cosas, y ya no me sentía a gusto haciendo lo mismo. Luego me arrepentí de haberlo dejado, pero la adolescencia terminó y ahora sólo quedan los recuerdos.

Y aquí otra canción que cantamos en aquella época y que se canta en el coro de ahora:

https://www.youtube.com/watch?v=t7HAkt1rcvk


La_profe.