"Los poseídos" de Elif Batuman
Publicado: 13 Sep 2013, 22:07
Elif Batuman es una joven escritora americana de origen turco. Tiene 36 años y da clases de literatura en la Universidad de Stanford. Su primer y único libro está editado en diez idiomas, y aún no sé si el ruso entra en esta decena. Debería.
Un día hojeé este libro en El Corte Inglés. En la estantería había cinco ejemplares, mientras que el volumen de la última edición de "Anna Karénina" de Tolstói no había más que uno.
Desde entonces el libro me estuvo persiguiendo a través de los escaparates de las librerías hasta que un día de repente me lo regalaron. La persona que me lo regaló me recomendó leer solamente un capítulo que se titulaba "La casa de hielo". Este capítulo es el único que está ambientado en San Petersburgo, en mi ciudad.
No sólo es mi ciudad, sino que pude ver la casa de hielo de la que habla Elif Batuman. La colocaron en la Plaza del Palacio en el invierno del 2006, estuve en Piter en febrero de aquel año, la vi y hasta la fotografié.
Tengo que decir que no me entusiasmó leer sobre aquella casita de hielo que más que un edificio era un objeto artesanal cualquiera. Tampoco me pareció seria la razón por la que la autora fue a San Petersburgo (un día la apasionó una novela bastante lúgubre de un escritor ruso poco conocido Lazhéchnikov que tiene ese nombre, la "Casa de hielo").
Pero hubo algo en el capítulo recomendado que me gustó leer. Y es que en él aparecía la avenida Liteiny que tanto añoro. Mi Liteiny prospect...
Elif Batuman, chica americana con pinta de árabe, llegó a San Petersburgo en invierno. Era una tarde de ventisca, "la nieve copiosa y fina acometía en ráfagas y se arremolinaba en el cielo nocturno, repiqueteando contra las ventanillas del taxi". Se alojó en un hostal barato de la avenida Liteiny y enseguida se puso a escribir. Estoy leyendo lo que ha escrito y veo la Liteiny en invierno, con sus tranvías, con sus edificios hundidos en el asfalto, sus maravillosas y tristes librerías de segunda mano, sus tiendas de antigüedades, su imperceptible lado provincial y un tanto pobre. Pero Elif no es capaz de sentir la Liteiny igual que yo. No la había recorrido a la edad de dieciocho años en búsqueda de los escasos libros en español editados en Cuba, de cintas de audio de música latina, de catálogos viejos de exposiciones en Hermitage, de confiterías donde se puede comprar un té y un pastel y tomarlos en un puente del río Fontanka...
Elif Batuman lo veía todo de otra manera:
"Llegué a Petersburgo un día antes que Luba, que había ido a despedirme sin dejar de lanzarme advertencias sobre que evitara toparme con skinheads. Petersburgo se ha ganado mala fama por los delitos racistas, y dijo que nosotras dos, con nuestras narices prominentes, debíamos intentar pasar desapercibidas".
Elif describió el hostal: "un edificio oscuro y estrecho", "un vestíbulo con una ventana que parecía insonorizada", "un viejo diminuto de barba rala" que estaba detrás de ella y "tenía los ojos clavados en una radio vetusta".
No eran skinheads, eran unos pilotos y muy majos. Y aún así el viejo la pidió que cerrara la puerta con llave y que dejara la llave dentro.
También describió su habitación: "En la habitación, pintada de verde claro, había tres camastros de acero, un guardarropa, una mesa y dos sillas. Una lámpara de araña colgaba del techo, no del centro, sino casi de una esquina, como un murciélago dormido".
Y luego ya salió a la Liteiny. Y yo salí con ella y estuve feliz.
«Fuera de la ventana mirador, las lámparas de sodio lo tornaban todo de un rosa tenue: las calles, los peldaños, la nieve arremolinada. Aquí y allá, rusos solitarios con abrigos de piel informes y tocados con sombreros, se apresuraban por las aceras sin levantar la mirada del suelo.
Pensé en meterme en la cama, pero primero quería darme una ducha y me faltaba valor para ir a los cuartos de baño comunales, situados a pocos metros de los pilotos y la televisión. Volví a ponerme el abrigo para ir a dar un paseo...
Un viento destripador arremetía desde los canales. Estatuas humanoides miraban airadas hacia abajo desde cada alcoba y cada frontón; atlantes y cariátides ponían los ojos en blanco debajo de todos los pórticos. Petersburgo es un lugar espeluznante. En la literatura, aparece a menudo como el escenario de un crimen. Además, se supone que el agua del grifo provoca giardiasis. Teniéndolo en cuenta, me detuve en una tienda de comestibles para comprar agua embotellada y, siguiendo el ejemplo de los pilotos, una lata de cerveza Báltica de medio litro. Frente a mí, hacían cola dos hombres con las caras sin afeitar y devastadas por el alcohol. Ambos compraron cajas de chocolate decoradas con rosas y notas musicales.
- Y un osito de peluche, - gruñó uno de ellos al dependiente, que le alargó con languidez un enorme oso de felpa de aspecto triste. Sólo entonces reparé en los adornos de cartón y caí en la cuenta de que era la víspera del Día Internacional de la Mujer. Los hombres pagaron las cajas de chocolate y las embutieron dentro de sus chaquetas. El que había comprado el oso lo empujó bajo su brazo. Lo último que vi mientras se perdían en la nieve fue la cabeza gris del oso tristón asomando de la axila del hombre".