"Viajeros españoles en Rusia" de Pablo Sanz Guitián.

"Viajeros españoles en Rusia" de Pablo Sanz Guitián.

Notapor La_profe » 27 Jun 2013, 22:04

"Viajeros españoles en Rusia" de Pablo Sanz Guitián.

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El libro "Viajeros españoles en Rusia" está escrito por Pablo Sanz Guitián, un bibliófilo que reunió una gran colección de libros sobre Rusia y obras de escritores rusos editados en español.

«Un día del mes de diciembre de 1943 descubrí la literatura rusa. Por encontrarme cansado y aburrido de estudiar un horrible texto de derecho Político, empecé a leer una novela corta de Leonidas Andreiev, titulada “Las tinieblas”... aquella novela corta de Andreiev me produjo una honda impresión. ... La lectura de las novelas rusas se transformó en una auténtica pasión. Leía aquellos libros en español y en francés o inglés cuando no existían traducciones españolas. Y leí tanto a los genios universales como Tolstoi, Dostoievski, Turgienev, como a los escritores secundarios, incluso terciarios. Soporté – leyéndolas – las tediosas obras del realismo socialista. Así que he podido conocer cerca de trescientos autores rusos. De unos leí la obra completa. De otros, alguna poesía o cuento antologizados.
Dentro de mi constante averiguación, no solamente leía las obras rusas adquiridas, sino que también compraba cuantos libros rusos descubría en las librerías de nuevo o de viejo, sin importarme el hecho de tener ya versiones de aquellos autores. Había entrado de lleno en el coleccionismo y así he logrado reunir en mi biblioteca más de dos mio volúmenes de autores rusos”
(fragmento del prefacio).

En su libro el autor reunió los fragmentos de las notas que escribieron sobre sus viajes a Rusia los españoles de distintas épocas. Voy a ordenar estos fragmentos por fecha, desde el año 1920 hasta el 1990, y sólo al filan regresaré a San Petersburgo del siglo XIX.

Ferran Valls y Taberner (“Un viatger catalá a la Russia de Stalin”, 1928)

“Cuando en el verano de 1928 tuve ocasion de visitar San Petersburgo, producía esa famosa ciudad una doble impresión de admiración y de pena. Aparecía como una mujer espléndida cuya belleza está ya marchita; semejaba a una reina destronada que viviese en el abandono y en la miseria. Al contemplarla desde lo alto de la cúpula de la Catedral de San Isaac causaba sensación; desde allí se divisaba un panorama verdaderamente maravilloso. ... Pero al recorrer las calles de la ciudad, pudiendo ver de cerca los edificios y observando detalladamente la gente y el tráfico urbano, la tristeza invadía el ánimo terriblemente. Fachadas deterioradas de grandes edificios sin restaurar; pavimiento lleno de enormes baches en el ancho arroyo de la más importante avenida, la célebre Perspectiva Nevski, así como en otras calles notables; tiendas que un tiempo fueron lujosas, ahora vacías, desvencijadas y sucias; aspecto general de pobreza de los transeúntes, y aquellos golfillos descalzos que pululaban por la ciudad, todo junto producía una dolorosa impresión...”

Eloy Montero (“Lo que ví en Rusia” , 1935)

“Atravesamos la gran avenida Newsky, que hace apenas veinte años era una de las más bellas del mundo. ¡Qué pena y que tristeza! Han desaparecido los escaparates y almacenes de otros tiempos, que, según afirma quien los vió, eran suntuosos y brillantes. Sólo quedan hoy unos pequeños cuchitriles con los cristales destrozados.
Y a la puerta de los cooperativas, la fila inmensa, la “cola”, interminable de pobres gentes, mal vestidas y peor calzadas, que esperan resignadas la distribuición de alimentos. ... Todo da aquí una impresión de sufrimiento y de miseria. Llueve copiosamente y sólo hemos visto tres paraguas en todo Leningrado”.


Luis Amado Blanco (“Ocho días en Leningrado”, 1932)

“La lluvia ha sacado la lengua y lame la ciudad como niño goloso llenándola de baba. ... Se ven muy pocos impermeables y ningún paraguas. ... Como buenos asturianos, despreciamos la lluvia. ... Los hombres y las mujeres siguien con sus rotos zapatos y frágiles alpargatas charquinando por las escurridizas aceras...”

Pedro Segado (“El camarada Belcebuf. Un pequeño burgués en la U.R.S.S.”, 1935)

“Nada más que salir del hotel, que poner el pie sobre la acera, y recibí la impresión de hallarme en otro planeta. En un planeta desolado y frío”
“Aun resonaba en mis oídos la ruidosa alegría madrieña, ...por eso mi primera mirada ávida de Leningrado, sobre la acera de una calle principal, a media tarde, me dejó completamente anonadado.
Porque no era el silencio, la falta de rumores, lo que sobrecogía, sino una difusa sensación de duelo, una tristeza cenicienta. Tristeza que resbalaba por las fachadas de los edificios; tristeza de una ciudad imperial, construida para el esplendor, pero cuyo aire tenía ya un denso olor a marxismo; tristeza incongruente de lo que no encaja, de lo que repele, de lo que se soporta.
Ni apenas automóviles..., ni, desde luego, cafés, ni esos otros grandes establecimientos que dan la máxima animación a las poblaciones. Tan sólo tranvías, abarrotados a todas horas, desbordantes. El pavimiento, abandonado. En el mismo local de los lujosos almacenes de antaño, ahora un comercio raquítico, un comercio que se asomaba tímida y pobremente, que casi se perdía en los inmensos escaparates. Y una muchedumbre vestida toscamente, muy semejante a la de los suburbios de una gran urbe.
Otro mundo, sí: un mundo de la masa. El mundo de los de abajo, que han puesto la sociedad a su nivel. Pero allí, en Leningrado, esa nivelación se pierde a casa paso: en los palacios señoriales, en las plazas bellísimas, en las espléndidas avenidas, en ese algo afilado y sútil que se figura irremisiblemente por la espesa red del comunismo; en una palabra, el arte”.


José Venegas (“Andanzas y recuerdos de España”, 1943)

“- Es malo que la gente esté mal vestida. Eso da sensación de miseria.
- Sí; es que no ha cambiado la industria ligera.
... Ibamos por la calle Máximo Gorky y pasábamos por delante de un gran establecimiento de comestibles, magníficamente presentado y espléndidamente abastecido. Irene me lo enseñó y me dijo:
- ¿Vé usted ese almacén? Cuando yo llegué hace un año, todo lo que había en las vidrieras era un retrato de Lenín y un queso de madera.
- ¡Qué ausencia de materias nutritivas!
Luego le dije:
- Me desagrada esta profusión de retratos, estatuas y frases de Stalin. Es demasiado. Se acuesta uno con Stalin y se levanta con Stalin. No se puede dirigir la mirada a ninguna parte sin encontrarse con Stalin.
- El pueblo lo ama – contestó Irene”.


Roque Serna Martínez. (“Heroísmo español en Rusia. 1941’1945”, 1981)

Hoy, 22 de junio, la jornada termina muy distinta a otros domingos: los cantos habituales de regreso de campo moscovita, sus ríos, lagos y bosques, son reemplazados por el silencio y profunda meditación. ... Esta tarde sólo se oye una frase “¡Los hitlerianos han invadido nuestra patria...!”... Y como nunca, los moscovitas se dan prisa por llegar cuanto antes a casa para escuchar la radio y enterarse de la situación.
... Esta noche está alterada la fisonomía de Moscú, ha cambiado totalmente todo: en las gentes ya no reina la alegría de costumbre; meditan los cerebros: millones de madres derraman lágrimas. ...
A muchos emigrados españoles les cogió este domingo en las afueras de la ciudad. Las colonias de niños españoles salieron también este 22 de junio aprovechando buen tiempo. Yo no tuve esta oportunidad, debido a que mi fábrica trabajaba este día. ...
En esta noche Moscú no es el Moscú iluminado de siempre; no hay ya el ambiente alegre de otros días en los rostros de sus moradores. En él se ha producido un profundo cambio: sus calles están casi a oscuras; la gente camina silenciosa, sólo alumbran ya lámparas azules.”


Santiago Carrillo (“Los niños españoles en la U.R.S.S.”, un folleto de 1947)

“El 12 de julio se festejó en Moscú el décimo aniversario de la llegada de los niños españoles a la Unión Soviética. ...
¡Los niños españoles! A pesar de esta denominación cariñosa, los que se reunieron ese día no eran ya niños! A lo largo de diez años de estudio y trabajo se hicieron jóvenes y hombres conscientes. En las butacas se sentaban ingenieros, constructores de aviación, ingenieros montadores de fábricas, ... artistas noveles, estudiantes de la enseñanza superior y secundaria, estudiantes de las escuelas de oficios...
... En la Escuela de Sosnienogors, un día sorprendí una acalorada discusión entre muchachos y muchachas en la sala de juegos. Ellos hablaban libremente, sin saber que les escuchábamos. ... Discutían sobre dos grandes escritores rusos, Pushkin y Lermontov, y los partidarios del uno exponían los argumentos que les llevaban a preferirle frente a los argumentos de los partidarios del otro.
Si sus padres hubieran podido observarles por una rendija, hubieran llorado de emoción y de orgullo al ver el dominio con que niños de dieciséis años discutían temas que muy pocas personas adultas de nuestro país podrían tratar”.


Enrique Rubio (“Apuntes de un reportero. De Pretoria a Moscú. Los paraísos del blanco y del rojo”, 1978)

“Antes de que lo olvide les diré que en Moscú hay unos comercios especiales para turistas. Les llaman “Beriozka”. Y en ellos se puede encontrar coñac francés, mucho caviar ruso y alguna que otra cosa que no existe en los comercios para los indígenas, como tabaco americano. Por cierto que por las 35 pesetas que cuesta aquí un paquete de “Winston”, te dan allí tres. Esto explica que te compren en la calle los dólares, a cuatro y cinco veces más de su precio en el cambio oficial. Esto y que con dólares se puede alternar en los saloncitos con orquesta de los hoteles para extranjeros, únicas diversiones en el Moscú nocturno.
... En la recepción se quedaron con el pasaporte y el visado. La única documentación que acredita que uno entró en Moscú por vía legal es su declaración de Aduanas. Una vez señalada la habitación que te corresponde, no se admiten ni reclamaciones ni cambios de ninguna clase. No hay maleteros. Usted se lleva su maleta para la habitación. No hay ascensoristas. ...”


José María Castellet (“Los escenarios de la memoria”, 1988)

“...saliendo del hotel, desembocamos en la perspectiva Nevsky y toda una parte de la historia de Rusia desfiló ante nuestros ojos. Vimos los canales – la Venecia Roja – y el Aurora anclado en uno de ellos: era el testimonio de la primera etapa de la Revolución. Después el Palacio de Invierno... Era un día gris y, al otro lado del golfo, se veía Finlandia. ... habíamos encontrado la humedad y la tristeza del norte. Exprimíamos los recuerdos. Nos refugiamos en el Ermitage. Huíamos de nosotros mismos, de la historia actual, hacia San Petersburgo, que quedaba en pie, con un aire de grandeza ancestral. ... La nueva Leningrado, asediada y destruida por los nazis, fue reconstruida, pero podían verse ahora los suburbuis llenos de nuevas viviendas, tan vulgares como las de cualquier otra ciudad industrial. Cada uno de nosotros imaginaba como mejor podía el año 1917, la Revolución”.

Y por último el San Petersburgo majestuoso de los zares:

Juan Valera (una carta desde San Petersburgo, 1856)

“La revista que debía haber el otro día, no llegó a verificarse por el frío; pero hoy, en este momento, se está pasando la revista, y el duque y su ayudante de campo están en ella a caballo con el emperador. ¡Dios quiera que no vuelvan helados, aunque el tiempo es hermosísimo y no hay más que de 12 a 14 grados de frio!
He notado y he admirado la galantería rusa. En las naciones gobernadas constitucionalmente pierden su influencia las damas y la galantería acaba. Aquí, por el contrario, triunfan las damas y son objeto de mil rendimientos y adoraciones. La Kotchoubey, aunque ya abuela, es tan elegante, tan gran señora, y tiene aún carnes tan frescas y, al parecer, tan apretadas y consistentes, que todos se le abaten, como los gavilanes a la garza...”


Rafael de Lanzá y de Valls (de un cuaderno autógrafo, 1812)

“Petersbourg es imponente. ... Ninguna capital de la Europa tiene edificios más hermosos ni tan chocantes. ... Sin embargo, esta gran ciudad tiene un defecto, y tal que queda el extranjero como incómodo: cuando se halla en medio de aquellas dilatadas plazas y calles y apenas se ve transitar la gente, se le figura a uno que aquel gran pueblo está desierto, que sus inmensos palacios no están habitados y últimamente que no está animada como otras grandes ciudades de la Europa. Con todo, Petersbourg es la ciudad más hermosa que he visto y quizá exista en el mundo”.
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