Mi infancia soviética.
Un buen amigo mío, peruano que vive en Berlín y trabaja como redactor de un periódico hispano, un día me propuso escribir un artículo sobre mi infancia soviética. Él estuvo en la URSS durante los años 80 y me dijo que le haría ilusión leer las memorias de una persona que en aquella época nació y vivío en Leningrado. Después de pensarlo durante unos días rechacé la propuesta.
¿Qué es lo que recuerdo?
Cuando nací, a la URSS aún le quedaban algunos años. Es decir, que cuando comencé a darme cuenta de lo que pasaba en el país, la Unión Soviética ya apenas respiraba.
Hasta que cumplí 5 años estuvimos viviendo mi familia y yo en el centro de la ciudad, en la calle Sadóvaya al lado de la plaza de Turguienev. Era un edificio de color entre rojo y morado, de cinco pisos, y las ventanas daban al patio o a un parque que era bonito en verano. Lo es todavía. Aquél era el barrio de Feódor Dostoievsky. Allí vivio el escritor y por allí andaban los personajes de sus libros. Me acuerdo con una de mis abuelas nos llevaba a mi hermana y a mí al parque y allí siempre me fijaba en los carteles que anunciaban algunos conciertos. Me acuerdo que en uno salía Alla Pugacheóva, una cantante de música pop, alta, robusta y pelirroja, muy joven entonces y muy famosa. En aquella época siempre vestía una túnica larga y ancha. Sus canciones se oían por toda la ciudad. También había algún disco suyo en casa y mi madre nos lo ponía. Pero más que aquellas canciones de moda escuchabamos canciones infantiles de Shaínsky y la Pequeña Serenata Nocturna de Mozart. Mi hermana y yo a menudo nos poníamos a bailar por toda la habitación con esa música de Mozart, y yo a veces me imaginaba que era una mariposa y otras veces un murciélago, dependiendo del pasaje musical. Me gustaba mucho cómo olía el sobre de aquel disco de vinilo, era verde, suave al tacto, brillaba un poco y era completamente nuevo. En cambio los sobres de los discos de cuentos infantiles que nos compraban también, se rompían rápido, y entonces mi padre hacía sobres nuevos de cartón, aún mejores que los originales y nosotras dibujábamos encima a los personajes de los cuentos que traía el disco. No parábamos de dibujar, dibujábamos constantemente poniendo unas cartulinas blancas gigantescas directamente en el suelo.
Me acuerdo de un día en el que por la tarde nos trajeron un televisor. Yo tenía unos cuatro años y sabía que era un regalo del abuelo. Aquella tarde nos pusimos todos a ver un ballet que emitían en uno de los cinco canales. Era en blanco y negro como todo en aquella tele.
También me acuerdo que nos gustaba poner el disco con la banda sonora de la película soviética "El romance cruel" basada en la obra de Ostrovsky "Sin dote". Sé que lo escuchábamos en verano porque aquella música siempre acompañaba la comida y las preparaciones para ir a la playa. Íbamos a la playa de la Fortaleza de Pedro y Pablo que estaba en frente del Hermitage. Comíamos en una mesa diminuta sentadas en unos taburetes mientras mi madre envasaba los sandwiches y llenaba el termo de compota o té. Luego íbamos a la playa en tranvía. No quedaba lejos de allí donde vivíamos. En aquellos años en la playa de la fortaleza había mucha más gente bañándose en el río Neva y no simplemente tomando el sol como ahora. También vendían allí gaseosa en unos vasos de plástico muy especiales. Especiales para una niña pequeña, claro. Por fuera no eran blancos, sino de un color marrón oscuro, como de chocolate negro, pero por dentro eran blancos y desde fuera se veía un borde blanco muy fino. Muy bonitos en comparación con los vasos de plástico corrientes. Nunca los tirábamos, los guardábamos y luego teníamos un montón de estos vasos de chocolate en casa.
Poca cosa recuerdo de aquellos años. Y todo lo que recuerdo es simplemente mi infancia y no una "infancia soviética". También es verdad que muchas veces piensas que tienes un recuerdo y en realidad es algo que te contaron después, ya pasado un tiempo.
Los recuerdos de mi infancia "soviética" no están relacionados de ninguna manera con el país en el que vivía, con su situación política.
Cuando cumplí cinco años nos trasladamos del centro a un barrio nuevo que sólo empezaba a crecer. Era un barrio dormitorio, las casas eran todas iguales, recien construidas. Nuestro piso era enorme, de tres habitaciones, una cocina muy grande y un largo pasillo. Me acuerdo como mi hermana y yo entramos allí por primera vez, el abuelo estaba con nosotras. Nos hemos quedado perplejas en el umbral y entonces el abuelo dijo: "¡Venga, a buscar vuestra habitación, corred, corred!" Fuimos corriendo por el pasillo y hemos abierto una puerta a la derecha... ¡La habitación estaba llena de nuestros juguetes! Estaban amontonados en el suelo, sobre las camas, ¡por todas partes! Era una habitación grande y luminosa. ¡Y era para nosotras!
En aquella habitación empezó y terminó la segunda y la última parte de mi infancia. Allí jugábamos, escuchábamos discos, y, gracias a mi madre, conocíamos la música clásica más famosa. Sobre todo los ballets como "El lago de los cisnes", "El Cascanueces". Tal vez era lo que mejor podíamos entender porque había una historia dentro de la música. También me acuerdo que nos gustaba mucho el I concierto de Chaikovski que poníamos cada vez que hacíamos fiestas para nuestras muñecas. En casa había una gran colección de discos de vinilo de la música clásica.
¿Qué había entonces en la URSS? ¿De qué hablaban los adultos? ¿De qué hablan ahora al recordar aquellos años? Hablan del déficit comercial, de los estantes vacíos de las tiendas. Y yo me acuerdo muy poco de eso, no me daba cuenta de esas cosas. Sólo recuerdo que en las tiendas de juguetes había cestas metálicas llenas de muñecas iguales. Y no había casi nada más alrededor. Unos balones y unos peluches. Teníamos que comprar dos muñecas comlpetamente idénticas, una para mi hermana y otra para mí. Si tenían alguna diferencia en el vestido o en el color de los ojos ya había una manera de saber cuál de las dos era mi Katia y cuál era Aleónushka de mi hermana. Y un día en la tienda del barrio "Promtovary" de repente hubo jabón. No podías comprar las unidades que querías, se daban dos por persona. La gente llevaba allí a las familias enteras, nosotros también fuimos los cuatro. Así teníamos jabón para unos cuantos meses. Y al lado de aquella tienda estaba la única panadería del barrio que vendía la barra "urbana" ("городской батон") y me gustaba mucho comerla en la calle. En casa ya no estaba tan rica.
El helado en unos cucurruchos en forma de vaso era exquisito. El barquillo no era crujiente como el de los cucurruchos que se venden en todo el mundo, era distinto. Era el barquillo de los helados aquellos, típicos. Tal vez aquellos helados me parecían tan ricos porque los comía de pequeña. Ahora los fabrican también y no me saben igual. ¿Han cambiado de sabor o he cambiado yo? También había otros helados que eran del mismo tipo, pero en vez de barquillo eran vasos de cartón. Se vendían con una tablilla de madera, parecida a aquella con la que un doctor te mira la garganta, sólo que más pequeña y estrecha. Con esa tablilla el helado se saboreaba despacio, pero cuando los dientes mordían madera en vez del helado, un escalofrío te atravesaba todo el cuerpo y era desagradable. Hasta lo siento ahora mientras escribo esto. En la puerta del "Universam", el primer supermercado del barrio, estaban pegados los papelillos redondos que cubrían aquellos helados. La gente al comprar el helado no sabía dónde tirar aquel círculillo de papel y lo pegaba en la puerta.
¿Qué había de soviético en mi infancia? Porque no serían los discos de vinilo ni las tablillas de aquel helado. En mi infancia no había nada especialmente soviético y aún así era una infancia muy soviética.
Lo siento, Tomás, pero no me saldría un artículo como tú lo prefieres.