|
|
por La_profe » 10 Jun 2016, 15:25
Hola a todos, habréis notado que llevo algún tiempo sin publicar nada nuevo en el foro y que tardo bastante tiempo en contestar a los mensajes. La razón es la siguiente: estoy en San Petersburgo. Llevo casi dos semanas aquí y aún me queda tiempo suficiente para reunir información interesante que saldrá en los futuros artículos, para fotografiar todo lo que puede llamar la atención en las calles y ser objeto de curiosidad, para conocer sitios nuevos y luego contaros sobre ellos, para investigar qué cambios ha habido mientras estuve ausente, etc. Os espero aquí dentro de dos semanas: ¡habrá cosas para ver y para leer! Los próximos artículos: - Las galerías "Passage" ayer y hoy - El oceanográfico de San Petersburgo - El símbolo del rublo, una tendencia nueva - La calle Marata y su historia - El uso de la letra manuscrita en los carteles - La biblioteca de mi barrio etc. Un saludo desde Rusia. La_profe.
-
La_profe
-
- Mensajes: 579
- Registrado: 23 Feb 2013, 16:06
por La_profe » 24 Jun 2016, 22:31
Hola a todos, Antes que nada me gustaría agradecer a Manuel su última entrada en el tema "Sigo estudiando", muy interesante y útil, y también deciros que he vuelto y a partir de ahora iré publicando los artículos ya mencionados y algunos otros, como el que encontraréis aquí: Correos de Rusia: "También nosotros tenemos nuestros fallos".
Cada vez que viajo a San Petersburgo con mi hija, y es que no viajaría sin ella, la tengo que registrar una vez que estamos en el país. Ella es española, luego extranjera, y a los extranjeros hay que registrarlos durante los primeros tres días de su estancia en Rusia. Los trámites se pueden realizar en el UFMS o en cualquier oficina del “Pochta Rossii”.
Esta vez también tuve que hacerlo, aunque tenía una ventaja: iba preparada. Y es que la última vez que tuve que rellenar aquellos formularios me hice unas copias para saber exactamente qué había que poner en cada apartado y así no saltarme ni una sola célula y no cometer ni un error (porque basta con dejar algún borrón para que te hagan escribirlo todo desde el principio).
Tres primeros días. Bueno, en realidad el primero no contaba, porque llegamos de Helsinki por la noche y además era domingo. Entonces quedaban lunes, martes y miércoles. El lunes decidí omitirlo: sólo un loco iría a pasar la primera mañana de su viaje en la oficina de correos del barrio en vez de ir a disfrutar de un paseo por la Nevski. La tarde, lo mismo: nada de ir a correos, hay cosas mejores.
Eso sí, rellené los formularios previamente impresos el lunes por la noche para llevaros a correos al dia siguiente por la tarde.
El martes, cuando llegué allí, había gente. ¿Cómo no iba a haber gente? Y era todavía poca, cosa que no me esperaba, porque mi hermana me había advertido de lo contrario: - ¿Al fin de mes? Ja, ja. Vete, vete, ya verás. Estará lleno de jubilados cobrando sus pensiones. - ¿Es que las cobran en correos? - ¿Dónde si no?
No, no estaba lleno de jubilados, quizá ya habían ido a retirar su dinero por la mañana a primera hora.
Había un señor delgado, más bien flaco, vestido con mucho esmero de ropa barata, pero bien cuidada. Camisa impecable de color amarillento, pantalón clásico de verano de color beige, zapatos de vestir de color crema… Gafas, cartera.
Había una señora alta y gruesa de rasgos caucásicos. Parecía georgiana, de aquellas georgianas típicas que salen en las películas georgianas de la época soviética en las que suelen hacer de madres de familia. Tenía pelo negro y llevaba ropa negra también, como casi todas ellas.
Había un señor que parecía vivir en un pueblo a pesar de ser petersburgués. Olía a sudor como si se hubiera acercado a correos después de haber trabajado el día entero en el campo. Llevaba pantalón de chandal bastante viejo y sucio y una camiseta de tirantes que dejaba a la vista de todos sus poderosos hombros y su espalda tostada por el sol.
Y en uno de los rincones había una pareja, madre e hija, con caras de preocupadas. La madre era una señora muy mayor de aspecto algo descuidado y estaba sentada en una silla, en el mismo borde, como si estuviera dispuesta a irse en cualquier momento. La hija de unos treinta años de edad llevaba una falda muy larga y un pañuelo en la cabeza, todo de colores oscuros e insípidos, lo que indicaba que era una persona creyente. Tenía un papel en la mano y andaba con él de una ventanilla a otra, como buscando algo.
En la vieja oficina de correos de mi barrio hay dos ventanillas. Las otras veces siempre me habían atendido en la segunda, y decidí no cambiar. - Disculpen, ¿quién es el último para la ventanilla número dos? –pregunté. - Está cerrada -dijo la chica del pañuelo.
Muy bien, pensé, pues que sea la primera. Cuando no quede nadie de esta gente, iré yo. Así de fácil.
Y me puse a esperar. Primero de pie, luego sentada.
La cola no se movía. En la única ventanilla que había quedado abierta se podía ver a la empleada que estaba de cara al ordenador y no paraba de teclear algo. Al mismo tiempo revisaba no sé qué papeles. No dijo nada a la cola, nadie le dijo nada a ella. Pasaron casi veinte minutos cuando al final dejó sus asuntos urgentes y se ocupó de la señora vestida de negro que, en efecto, resultó ser georgiana. Tenía que enviar un paquete a Georgia y ya lo tenía preparado, pero le dijeron que el código postal lo había escrito mal. - Tan corto no puede ser. - Es que a mí me dieron este. - Le digo que esto que puso no existe. Entonces la señora georgiana cogió el móvil y llamó para preguntar el número correcto. Llamó a distintos números, pero todos sus interlocutores le decían que el número tenía que ser ese. Los demás simplemente esperábamos ansiosos de averiguar el código correcto tanto o más que aquella señora. Entonces colgó y dijo que tenía que ser ese. La empleada se marchó y cuando volvió, no dijo ni una palabra: lo que hizo fue estirar el brazo para recoger el paquete. La señora georgiana la miró atónita: - ¿Está bien, entonces? - Sí.
El señor de la ropa de colores claros no paró de recibir llamadas desde su trabajo en todo ese rato. A pesar de su aspecto débil parecía tener un carácter fuerte y ahora mostraba a todos un gran profesionalismo y amabilidad. Por fin se acercó a la ventanilla. Necesitaba enviar unas cartas, y yo ya estaba pensando en mi hija que se estaría preguntando dónde se habría ido su mamá. - Disculpe, una cosa. Es que no sé cuál es el código. ¿Me lo podría decir usted? – de repente oí la voz de aquel señor.
No, por favor, otra vez códigos…
- Búsquelo usted mismo, allí tiene el catálogo.
Y se puso a buscar.
La cola ya se había hecho más larga. Llegó una mujer con un niño de unos seis años que no levantaba la cara de su tablet, una chica guapa de unos veinte años, una señora en cuyas manos había un certificado de defunción y un señor alto, gordo y colorado que dio unos pasos decisivos por la pequeña oficina y dijo en voz alta: - ¡Señores! Por favor, necesito mandar unas cartas, pero me hacen falta sobres. ¿Me dejarían pasar delante de ustedes y comprar unos sobres para ir rellenándolos? Es cuestion de segundos, se lo aseguro. Nadie tenía nada en contra, como es lógico. Pero cuando aquel señor se acercó a la ventanilla, la empleada le dijo: - Póngase en la cola. Están todos esperando igual que usted.
El señor de la ropa de colores claros intentó introducir el catálogo en el pequeño agujero redondo que había en el cristal de la ventanilla, pero no tuvo éxito y abandonó los intentos. - Lo siento, pero no encuentro nada aquí. Vienen montones de números, no sé cuál de ellos puede ser el código postal. ¿Lo puede mirar usted, me hace el favor? - Lo tenía que haber mirado en casa. - ¿En casa? ¿Dónde? - En internet. - Pero es que siempre pensé que tenía derecho de informarme en correos de cualquier código postal. ¿Me equivoco? Y no dijo más, porque vio que la empleada ya dejó de escuchar: ahora estaba poniendo el código necesario en todas las cartas con su propia mano.
Llegó el turno de la chica del pañuelo. El papel que tenía en sus manos era un aviso. Tenía que recoger un paquete que le habían enviado de la ciudad de Tver. Mientras estábamos esperando, su madre le dijo varias veces que no merecía la pena seguir esperando, que podían volver mañana. Pero la hija insistió.
La empleada cogió el aviso, se marchó con él a otra habitación y cuando volvio, dijo que ese paquete lo tenían en la otra oficina del barrio, una nueva. - No puede ser -dijo la chica- Siempre nos llega todo a esta oficina. A este código postal. Lo miré por internet, la dirección venía bien escrita. - Espere, vuelvo a mirar -dijo la empleada. Y se marchó otra vez. Todos los de la cola estábamos impaciente por que volviera. Al final volvió: - Su paquete se ha ido a Kozielsk. - ¿¿Adónde?? - A Kozielsk. - Pero ¿qué Kozielsk? ¿Dónde se encuentra un tal Kozielsk? ¿Qué ciudad es esa? ¡Es la primera vez que oigo este nombre! - Está en la región de Kaluga, -dijeron en la cola. - ¿Y por qué se marchó a ese Kozielsk? ¿Ahora qué hago? - Nada, tendrán que esperar, lo solucionaremos. - Pero ¿cómo que esperar? - También nosotros tenemos nuestros fallos.
Llegó mi turno, y apretando mi carpeta con la documentación me dirigí a la caja. - Hola. Quisiera registrar a una persona extranjera –dije. - Es en la ventanilla número dos. - Pero si está cerrada. - Entonces vuelva mañana. Por la tarde.
Y se acabó. Hora y media de espera para oír aquello.
Cuando al día siguiente, por la tarde, volví allí, la ventanilla número dos seguía cerrada. La única diferencia era que esta vez tenía pegado un papel. “Disculpen las molestias” y todo eso. - ¿Hoy no va a abrir? - No. - Pero ayer me dijo que viniera por la tarde. - Lo siento mucho, pero no puedo hacer nada por usted. Desde mi ordenador no puedo manejar este tipo de datos. Venga mañana por la mañana. - Mañana ya se pasará el plazo de tres días. ¿Y si me multan en la frontera? Yo culpa no tengo. - La entiendo, pero no puedo hacer nada. Intente ir a la otra oficina, la nueva, está a varias calles de aquí.
Fui a aquella oficina y lo hice.
Le tengo cariño a la vieja oficina de correos de mi barrio, pero no creo que vuelva a pisar su umbral. A no ser que empiece a funcionar como es debido.
La_profe.
-
La_profe
-
- Mensajes: 579
- Registrado: 23 Feb 2013, 16:06
por La_profe » 28 Jun 2016, 08:17
El uso de la letra manuscrita en las pizarras de los cafés.
Las pizarras que anuncian los menús de las cafeterías y restaurantes no son ninguna tendencia: se han visto en las calles durante décadas. Pero la verdad es que nunca he visto tantas pizarras de esas en las calles de San Petersburgo. Este verano están por todas partes: unas diseñadas profesionalmente, otras muy poco originales, pero la mayoría lleva letra manuscrita y por eso decidí fotografiarlas.
¿Por qué la letra manuscrita?
Será porque con este tipo de letra se escribe mejor. Todos hemos estudiado la escritura desde pequeños, y de hecho, es la única escritura que muchos dominan. Cualquier otro tipo de letra a una persona normal se le da peor.
Y es lo que hacen los camareros que se encargan de las pizarras: no saben escribir a no ser que sea con letra manuscrita, la escolar. Y escriben con ella… en una pizarra “escolar”.
A los nativos no nos cuesta leerla, ¿y a los estudiantes de ruso extranjeros? Y otras: La_profe.
-
La_profe
-
- Mensajes: 579
- Registrado: 23 Feb 2013, 16:06
por Olga » 28 Jun 2016, 12:02
Hola Elena, a mí me cuesta leer la letra manuscrita, y tampoco se me da bien escribirla...
-
Olga
-
- Mensajes: 59
- Registrado: 01 Ago 2013, 20:45
por Antonio G » 28 Jun 2016, 22:01
Добрый вечер Елена
Me sucede lo mismo que a Olga, las letras manuscritas las leo mal y las escribo peor. Sobre todo tengo la manía de interpretar la T rusa como una m y la П como una n con lo cual os podeis imaginar los líos que me armo.
En fin, será cuestión de persevarar.
Por cierto me divertí mucho leyendo la anécdota de la ПОЧТА, sobre todo imaginándome el guirigay que se hubiera formado de estar la cola formada por nativos hispanos. Aunque al final el resultado hubiese sido el mismo, lo que viene a demostrar que, después de todo, tampoco somos tan diferentes.
спокойной ночи (a estas horas supongo que ya es correcto, ¿no?)
Antonio
-
Antonio G
-
- Mensajes: 84
- Registrado: 09 Oct 2013, 20:43
por La_profe » 02 Jul 2016, 21:45
Olga, Antonio, gracias por los comentarios. спокойной ночи (a estas horas supongo que ya es correcto, ¿no?)
Конечно, да! En cuanto a lo de la letra manuscrita, es normal que sea difícil de leer. También es difícil el aprender a escribirla siendo un niño de 7 años... Y todos los rusos hemos pasado por eso, todos nos acordamos perfectamente de aquellos cuadernillos en los que había que escribir líneas enteras de letras, primero con lapicero, luego con bolígrafo. Creo que lo mismo hacen los escolares de España y de otros países. Lo raro es que a mí, por ejemplo, nunca se me ha dado mal leer la letra cursiva latina, ni tampoco conozco gente rusa que tenga una complicación parecida. Quizá sea porque desde pequeños aprendemos algún idioma extranjero, sea inglés, francés u otros, y poco a poco nos acostumbramos a ver y a escribir su letra manuscrita. Así que está claro que es cuestión de perseverar y nada más. Paciencia. La_profe.
-
La_profe
-
- Mensajes: 579
- Registrado: 23 Feb 2013, 16:06
por La_profe » 02 Jul 2016, 21:55
El símbolo del rublo: una tendencia nueva.
El símbolo del rublo es así como lo véis abajo, es lo mismo que $ tratándose del “dólar” y € tratándose del “euro”:
- rubl2.jpg (16.92 KiB) Visto 35756 veces
La palabra “rublo” ("рубль", m.) pertenece al siglo XIII en el que nació la misma moneda. Sin embargo, el símbolo que significaba “rublo” se inventó cinco siglos más tarde, en XVII, y no es el de la foto, sino otro. No he encontrado su imagen en la red, sólo sé que se estuvo utilizando hasta los finales del siglo XVIII y luego desapareció, cosa que no ocurrió hasta ahora con el propio rublo y esperemos que no ocurra nunca.
Durante todos los siglos posteriores, incluidos los dos últimos, hubo intentos de elaborar un nuevo símbolo del rublo, pero no dieron ningún resultado. Y ya en 2006 el Gobierno decidió que era hora de diseñar un símbolo, aprobarlo y empezar a utilizarlo.
Pasaron siete años de búsquedas de ideas y de publicaciones de distintos diseños del símbolo en cuestión en la página del Banco Central de Rusia. Cualquiera podía participar y también cualquiera podía entrar en la página para votar el símbolo que más le gustaba e incluso dejar algún comentario, “por qué este me gusta y aquel no”.
A finales de 2013 el Banco Central eliminó los símbolos menos votados y dejó estos cinco:
Y después de la votación final el elegido fue aquel que cada vez se ve más por las calles dejando en el pasado los «р.» y los «руб.» de toda la vida. Ahora queda modificar los teclados.
En cuanto a mí, no me gustan nada esos “crucifijos” que saltan a la vista por todas partes, pero es lo que hay. Mirad:
La_profe.
-
La_profe
-
- Mensajes: 579
- Registrado: 23 Feb 2013, 16:06
por La_profe » 04 Jul 2016, 22:18
“¿No tendrá billetes más pequeños?”
Un quiosco en la plaza Vosstanya. Céntrico. Colocado en la esquina que más alboroto tiene a todas horas, porque justo detrás está la entrada del metro. Vende de todo: prensa, libros, juguetes, agua y refrescos, artículos de papelería, pañuelos de papel, toallitas húmedas, pines, monedas para coleccionar. - Una botella de agua sin gas, por favor. –le digo a la dependienta y le doy mil rublos, porque que no tengo otra cosa. Y el agua vale setenta.
Mil rublos son unos catorce o quince euros. Setenta rublos son más o menos un euro. Sé que debería darle cien, o como mucho quinientos rublos, pero ¿y si no hay?
- Lo siento, no tengo cambio. Imposible comprar agua de setenta rublos teniendo un billete de mil. No sólo en ese quiosco. No os lo venderán en ninguno, y la respuesta siempre será la misma: “No tenemos cambio”.
Vale. Son quioscos que venden cosas baratas, periódicos, crucigramas y todo eso. Bien. Pero, ¿y si se trata de comercios grandes? ¿O de cafeterías famosas que están en el centro de la ciudad? Allí a diario entran miles de personas?
Entramos mi hija y yo en la famosa red de la comida rusa tradicional (los blinis, para ser más exactos) y nos dirigimos a la barra. - ¿Qué desea comer la sudárynia? Hago el pedido: - Por favor, queríamos unos blinis. Uno con leche condensada, uno sin nada y un té. El camarero, un chico alto y simpático enseguida teclea algo en el ordenador y dice: - Doscientos sesenta y cinco rublos. Le doy un billete de quinientos. ¿Acaso tiene algo de malo un billete de quinientos en este caso concreto? - ¿No tendrá billetes más pequeños? - No, qué va. Y no le miento. - ¿No desearía pagar con tarjeta? - No tengo tarjeta, lo siento. Tampoco esto es mentira. No me gusta pagar con tarjetas fuera de España. El chico pone una cara de fastidio, suspira y empieza a hurgar en la caja. Al fin pone la vuelta delante de mí, un poco de mala gana, y grita a los empleados de la cocina: - ¡”Leche condensada” y “mantequilla”! - ¿Mantequilla? –le pregunto. - Uno de sus blinis es uno simple con mantequilla. - No, sin nada, sin mantequilla tampoco. - ¡”Mantequilla” sin mantequilla! –exclama y sonríe. Mientras espero por mis blinis, una señora de unos cincuenta años se acerca a la barra y pregunta por el plato del día. Es una sopa que no le hace mucha ilusión y termina pidiendo blinis con requesón. Sólo uno, de hecho. - Setenta y siete… ¿No tendrá billetes más pequeños? ¿No desearía pagar con tarjeta? Y empieza la historia de siempre…
Un billete de cinco mil rublos. El dichoso billete de cinco, tan grande, tan rojizo, tan importante. ¿Por qué los distribuirán los bancos? ¿Por qué los emitirán los cajeros? ¿Por qué andan por ahí si nadie los quiere cambiar? Entiendo que un billete así no se cambia en un quiosco ni tampoco en una cafetería, por muy famosa que sea. Pero, ¿y en la librería más grande de la ciudad? ¿En la “Dom Knigui”?
Dejo a la niña con su abuela y con su primo a jugar con unos trenecitos eléctricos puestos en una de las salas de literatura infantil y voy a buscar unos cuentos. Más y más cuentos para los próximos meses que pueden ser muchos. Incluso demasiados (siempre son demasiados). Me dirijo a la caja con un montoncito bastante pesado de libros, no sé cuánto me costarán en total. Seguro que será más de mil rublos, pero no mucho más. Y tengo mi billete de mala suerte: el de cinco mil. Al leer los códigos de todos los libros la dependienta me dice que tengo un descuento de veinte por ciento y me nombra el precio final, mil y pico. Aquí tiene, señora. Los cinco mil. Mira el billete en mi mano y ni lo coge siquiera. ¡Como si no fuera dinero! -¿No tendrá billetes más pequeños? - Lo siento, pero no. Se queda pensativa. Luego vuelve a leer los códigos de los libros, uno por uno, pero esta vez para quitarlos de la lista que le sale en el ordenador. Uno fuera, otro fuera, todos fuera… Luego coge el ticket que me iba a dar a mí, lo arruga y lo transforma en una bola. Se acabó, pienso. Ahora dirá que no me puede vender nada. Y eso tratándose de una librería enorme con varias cajas en la planta baja y unas cuantas más en la primera, en la que estoy yo. Pero ¿qué les pasa a todos?
La dependienta no dice nada, pero coge el teléfono y marca un número. - ¿Me puedes cambiar un billete de cinco? La respuesta tiene que ser afirmativa, porque me pide que espere un momento y se marcha. Me quedo delante de la caja vacía. La chica que se había puesto en la cola detrás de mí y no paraba de hablar por teléfono, por fin cuelga y se sorprende al no ver a nadie en la caja: - ¿Y dónde se ha ido? - Se ha ido a cambiar el dinero -le contesto tranquila. Y se marcha a buscar otras cajas.
Al final cambié mi billete de cinco mil y pude comprar aquellos libros.
¿Qué piensan de esto los habitantes de San Petersburgo que viven situaciones como estas a diario? Muchos de ellos simplemente han dejado de pagar en metálico. Lo pagan todo con tarjeta y no importa de qué cantidades se trata, hasta se ponen furiosos si en algún establecimiento no se admite este tipo de pago. Evitan los establecimientos tan “antiguos” y nunca los recomendarían a nadie. Los que por alguna razón no quieren hacer uso de las tarjetas, evitan los billetes grandes. No los quieren, enseguida intentan deshacerse de ellos, no están cómodos con ellos en sus bolsillos. Y lo entiendo.
Pensaréis que un billete de cinco mil es muy fácil cambiarlo en cualquier supermercado, pero no. Lo he intentado. No los quieren allí tampoco y hasta te miran mal. El único sitio donde nadie te pregunta si tienes billetes más pequeños, si tienes suelto, o si quieres pagar con tarjeta, es en el metro. Siempre tienen cambio, les des lo que les des. No protestan. Simplemente hacen su trabajo de forma rápida y eficaz.
La_profe.
-
La_profe
-
- Mensajes: 579
- Registrado: 23 Feb 2013, 16:06
por La_profe » 07 Jul 2016, 21:48
La biblioteca de mi barrio.
La biblioteca “Rybátskaya” lleva el nombre del pueblo Rybátskoie que en los años 1960-1980 pasó a ser un barrio dormitorio de San Petersburgo como tantos que hay.
Fue fundada en 1905 y al principio estuvo ocupando una sala de la escuela religiosa del pueblo. El edificio de la escuela no se conservó hasta nuestros días, supongo que fue construida de madera como la mayoría de las casas de Rybátskoie. No he encontrado ninguna información sobre aquella escuela, ni he visto sus fotos.
La_profe.
Tampoco se sabe qué fue de la biblioteca durante la época soviética, pero en 1992 se volvió a abrir en un edificio entonces completamente nuevo que está situado en la esquina de la calle Ustínova.
Mis visitas a la biblioteca.
Cuando se abrió la biblioteca, mi madre se inscribió enseguida y durante los primeros años nunca la había acompañado, porque sacaba libros de la biblioteca del Palacio de los Pioneros. Pero luego, cuando empecé a leer libros de adultos, casi siempre fui con ella y me llevaba algo para leer. Creo que tenía trece o catorce años.
Fueron años en los que apenas leía algo de autores rusos. Las clases de literatura del colegio me afectaron igual que a todos los escolares rusos de cualquier época: por un tiempo me quitaron las ganas de leer obras de los autores de mi país. Menos mal que sólo fue por un tiempo.
En cambio leí a Cooper, a London, a Twain, a Jerome, a Maugham, a Fowles, a Hémingway, a Remarque, a Irwin Shaw, a Françoise Sagan, etc. Si un autor me gustaba, leía todas sus obras disponibles en la biblioteca antes de pasar al otro. Aún hoy tengo esa costumbre.
Cuando a los diecisiete años empecé a estudiar el español, de repente dejé de leer la narrativa extranjera que no fuera hispana. Leí todo lo que había de Cortázar, de Vargas Llosa, de García Márquez, de Sábato, de Borges, de Onetti, etc. Leí varios almanaques de literatura latinoamericana que salieron a finales de los 80 y principios de los 90 y en los que se publicaban obras más importantes de los autores hispanos modernos. Quizá hubiera leído también algo de la literatura española, pero tenía más interés por la vida y la cultura de los países de la América Latina, así que no lo puedo decir con seguridad.
¿Cómo funciona el préstamo en la biblioteca?
Mientras todas las bibliotecas que conozco “se han digitalizado”, es decir, no te piden que rellenes ningún formulario ni pongas tus datos (o los del libro) en ningún sitio, la biblioteca de mi barrio queda en lo antiguo. Todos los libros tienen por dentro un pequeño bolsillo de papel en el que va metido un formulario de cartón. Antes de ir a la barra del préstamo hay que buscar sitio en alguna mesa y apuntar en cada formulario de cada libro la fecha y el número de la tarjeta del usuario. Y firmar. Luego ya hay que llevarlo todo a la empleada de la sala y ella se encargará de pasar los datos al ordenador y crear una especie de ticket en el que figura el nombre del usuario, el número de su tarjeta y la información sobre los libros prestados. Luego se imprimen dos copias del tickt, ambas se firman por el usuario que se queda con una de ellas. La otra se la queda la empleada.
Todo el proceso lleva un rato y mi madre siempre se queja de que se forman colas y se pierde mucho tiempo en ellas.
Las salas infantiles.
Después de muchos años volví a entrar en la biblioteca de mi barrio, pero esta vez para dirigirme a las salas infantiles con mi hija y mi pequeño sobrino. Ni que decir tiene que aquello me pareció un lujo imposible. Mientras mi hija y yo nos alegramos de tener aquí decenas de cuentos y poesías en ruso que poco a poco van llenando las estanterías y, gracias a los esfuerzos de mi madre y los míos, siguen viniendo aquí desde las librerías de San Petersburgo, en las salas infantiles de la biblioteca hay cientos de libros infantiles de todo tipo, de todas las ediciones posibles, las nuevas y las viejas. Un paraíso para los pequeños y un lugar nostálgico para sus padres que se ponen a buscar algo que leer a los hijos y de repente se tropiezan con alguna edición de su infancia.
El único fallo que les noté a las salas infantiles fueron los peluches puestos en las estanterías y en las alfombras. Distraen a los niños y pienso que no deberían estar allí.
¿Qué más hay en la biblioteca?
Además de las salas de préstamo, la biblioteca dispone de su propio museo histórico del pueblo Rybátskoie, ofrece charlas, conciertos, excursiones, talleres, clases de ruso como lengua extranjera para los niños inmigrantes, clases de ajedrez, de fotografía, lecturas de cuentos, festivales de poesía, exposiciones y sesiones de cine.
Sé que pasaré por allí más veces. La próxima vez intentaré investigar si tienen algo para leer en español.
-
La_profe
-
- Mensajes: 579
- Registrado: 23 Feb 2013, 16:06
por La_profe » 11 Jul 2016, 22:35
“Pýshechnaya na Zheliábova”
La cafetería de la foto está situada en la calle Bolsháia Koniúshennaya (Zheliábova en Leningrado) y no lleva otro nombre que “Pýshechnaya” ("Пышечная") a pesar de que haya muchas otras “pýshecnhaya” por toda la ciudad.
“Pýshechnaya” viene de la palabra “pyshka” ("пышка"). Los moscovitas se ríen cuando lo oyen porque en la capital lo mismo se llama “pónchik” ("пончик"). Es una rosquilla frita, cubierta de azúcar glacé que se come recién hecha. A pesar de tener forma de rosquilla, no se parece en nada a las típicas rosquillas españolas que comparando con una “pyshka”son bastante más secas.
Cuando mi madre vino a León por primera vez y comió una rosquilla en la famosa cafetería “Pasaje” donde son su especialidad, dijo: - Не очень-то свежая... («No parece muy fresca…») Pensó que sería algo parecido a una “pyshka” y no lo era. De la misma manera un español se sorprendería del sabor y de la consistencia de una “pyshka” pensando que sería como una rosquilla.
La “Pýshechnaya” de la calle Zheliábova (ese que para mí sigue siendo Zheliábova) es única en cierto sentido. Es una “pýshechnaya” mítica, todo un icono del mundo gastronómico petersburgués.
Me imagino que mi padre la había conocido cuando era escolar, o quizá más tarde, cuando era estudiante universitario, porque el establecimiento abrió sus puertas en 1958 y él vivía no muy lejos de allí. Además, un sitio tan céntrico y de comida tan asequible no podía pasar desapercibido por ningún leningradense de aquella época: apenas había lugares donde comer en aquellos años.
También yo la conocí de pequeña. La “Pýshecnhaya” era un lugar ideal para una madre con dos niñas que después de una visita a un museo o una sesión de cine, eran capaces de comer unas cinco… ¿siete? ¿diez? “pyshkas” a la vez.
Cuando mi hermana y yo eramos adolescentes, íbamos a la “Pýshechnaya” solas o con más “gente artista” después de haber salido a dibujar o a pintar por la ciudad. Solíamos reírnos de esas “pyshkas” que tanto nos gustaba comer y las llamábamos «тошнотики» (“toshnótiqui”, del verbo “тошнить” – “vomitar”). La palabra no era nuestra: existe desde siempre para nombrar este tipo de comidas rápidas , como empanadillas y cosas por el estilo. La “Pýshechnaya” enseguida pasó a ser “Toshnóchechnaya”, pero a pesar de ese “nombre” la queríamos mucho.
Las “pyshkas” se comen en raciones , igual que los churros, hasta el sabor se les parece un poco, aunque no son nada crujientes. Esta vez en Píter decidí entrar en la “Pýshechnaya” con mi hija, porque sabía que le iba a gustar.
Tuvimos suerte, no había cola en la calle como los días anteriores que pasamos por allí y no nos pudimos ni acercar. Pero aquel día hubo una fuerte tormenta que nos sorprendió a la niña y a mí en las puertas de un banco. Ya estábamos saliendo después de cambiar unos euros, pero tuvimos que quedarnos un rato en las puertas y esperar que cesara de llover. Cuando de la tormenta sólo quedaban las últimas gotas y la Nevski se veía preciosa con las aceras mojadas y brillantes bajo los temerosos rayos de sol, fuimos casi corriendo hasta la calle Zheliábova (eso es, Zheliábova) y entramos en la cafetería.
No había cambiado nada durante los años que dejé de visitarla. De hecho nunca había cambiado. Tiene las mismas dos salas con cuatro o cinco mesas redondas para sentarse y otras cuatro o cinco mesas altas para comer de pie. Tiene los mismos montoncitos de papel cortados a maquina en forma de cuadrado y amontonados en pila. Ásperos, grises, igualitos que en la URSS.
Fuimos directas a la cola, porque sí la había al lado del mostrador, y nos pusimos detrás de un chico alto y veinteañero que enseguida se dio la vuelta y me preguntó si le podía cambiar un billete de cien rublos en dos de cincuenta. - Creo que sí, pero… ¿es que no admiten billetes de cien? - Quieren billetes más pequeños. Miré el dinero que me habían dado en el banco y encontré dos billetes de cincuenta justos. Si se los daba al chico, quizá me fuera a quedar sin mis “pyshkas”. Se lo expliqué.
Una “pyshka” vale 13 rublos, es menos que 20 céntimos. El café lo tienen en un termo enorme del que sale una mezcla homogénea que se llama “café con leche” y vale 25 rublos, es decir, unos 30 céntimos. ¿Dónde se han visto esos precios? Sólo en lugares como la vieja “Pýshechnaya”.
La camarera ya no es la misma. El único parecido que tiene con la anterior es su pelo, también es pelirroja de bote. Pero esta no es conocida, mientras que aquella era el símbolo de la “Pýshechnaya” durante decenas de años. Era alta y muy gorda, y su aspecto era tan llamativo que todos la reconocían al volver a la “Pýshechnaya” pasados unos años. Se habrá jubilado.
El chico no tuvo problema con la vuelta y tampoco lo tuve yo. En cambio cuando salimos del mostrador con un plato de pyshkas y una taza de café vimos que no quedaba sitio. Entonces me di cuenta de que en una de las sillas puestas alrededor de una mesa ocupada por dos señoras había un gato dormido. Y nadie intentaba moverlo de allí.
Siempre ha habido gatos en “Pýshechnaya”, sólo que no me acordaba de ellos. Mi hija se puso loca de alegría al ver aquel gato durmiendo sobre la silla y yo seguía buscando algún sitio cuando una señora nos llamó: - Siéntense aquí, aquí tengo sitio. Estaba sola en una mesa y nos sentamos a su lado. - Попробуй, это всё равно что чурро. (“Prueba, es como un churro”) - le dije a la niña. La señora nos miró sorprendida: - ¿Una niña tan grande y nunca ha probado una “pyshka”? Entonces tuve que decirla que la niña es española, aunque nadie lo diría, y es verdad que come “pyshkas” por primera vez en su vida. - Yo he estado en España –dijo la señora-. Allí hacen unas empanadas vegetales estupendas. Intenté hacer una en casa, pero no me salió igual. No sé cuál es el secreto.
La niña comió la mitad de la ración que pedimos y luego fue a ver el gato. Se le acercó y empezó a hablar con él, y cuando parecía que se iba a despertar, corría hacia mí riéndose. Para entonces las señoras que estaban sentadas en la mesa del gato se habían marchado y su lugar ocupó un señor mayor. Estuvo observando a la niña y hasta sacó el móvil y le hizo una foto con el gato. - Este gato es rico y tú también lo serás – dijo. No sé por qué lo habría dicho, pero me pareció un señor muy simpático.
Ojalá el sitio siga prosperando y espero que un día celebre sus cien años. Sería bonito.
La_profe.
-
La_profe
-
- Mensajes: 579
- Registrado: 23 Feb 2013, 16:06
Volver a OTROS
¿Quién está conectado?
Usuarios navegando por este Foro: No hay usuarios registrados visitando el Foro y 1 invitado
|
|
|
|